Ángel Ramírez inaugura una de las primeras colaterales de la XIII Bienal de La Habana con la muestra Marco Blando, en su estudio de Tejadillo No. 159, entre Habana y Compostela, Habana Vieja.
El móvil de esta exposición, comenta Ramírez, se encuentra “sobre la base de las partes y el todo. Es más, yo estuve trabajando mucho tiempo sobre el tema del poder, después llegó un momento en que mi historia cotidiana cambió y empecé a trabajar más en visualizar la gente de a pie. Esa es la historia de esta exposición.” La cotidianidad con sus avatares y sosiegos, sus pendientes y sus llanuras, las pequeñeces que conforman juntas el gran todo, usurpa su mirada crítica, y encuentra visualidad en sus piezas.
“Comencé a trabajar con esos ojos que los hace un amigo mío y que son pulpa de papel –agrega Ramírez- entonces quise involucrarlo y empezamos a mover las cosas.” Así nació, por ejemplo, Vigilancia y protección, donde el motivo reiterado del ojo insiste en la constante sensación de supervisión que no desecha la presencia tanto ideal como material que conforman los planos, muchas veces interrelacionados, de la vida del cubano de hoy.
Una anécdota jocosa da origen a otra de las piezas expuestas. Recuerda el artista cómo en una cafetería la espera por la comida sobrepasaba los límites del absurdo cuando deciden apurar a la camarera y esta, en “pleno derecho de su defensa” responde: “No entienden que somos uno solo”. El choteo, situaciones, estados de ánimo, acontecimientos y un largo etcétera encabezan los motivos representacionales de Ángel Ramírez: otros pretextos para discursar sobre el sentir del cubano y su identidad.
Nayr López García