Hace apenas unos días se conoció la noticia del fallecimiento del gran artista francés Christian Boltanski. Considerado un creador multidisciplinar, centró su trabajo en temas ligados a la identidad y la singular tensión entre vida y muerte, tanto a partir de lo autobiográfico como de la suma de pequeñas historias individuales. Ese “combate contra el olvido y la desaparición”.
Christian Boltanski (Francia, 1944-2021) creció marcado por la huella que el holocausto y la Segunda Guerra Mundial dejaron en sus padres. A los 14 años comienza su labor artística, mayormente de formación autodidacta, dedicándose primero a la pintura y, luego, trabajaría con imágenes e instalaciones como subterfugio para canalizar su “trauma original”, una suerte de salvación o exorcismo.
Para 1997, el entonces Centro Wifredo Lam presentó una gran instalación del artista, como parte de la selección oficial de la VI Bienal de La Habana. Bajo el tema “El Individuo y su Memoria”, el evento buscaba examinar, desde la perspectiva del Tercer Mundo, un tópico de interés universal que parecía resumir el espíritu finisecular de la época. Se concentró en el papel de la relación del individuo con su memoria, no como un lugar de refugio de la utopía tantas veces diferida, sino como sitio donde tradicionalmente el ser humano ha edificado su dignidad y su sentido.
De acuerdo a los testimonios de Llilian Llanes, la directora de esa edición de la Bienal, a pesar de su condición de estrella internacional, Boltanski era un artista paradigmático “en cuanto a la recuperación de la memoria”. No solo viajó a La Habana, sino que pospuso su pasaje y dedicó más de una semana a visitar el evento. Asegura Llilian que con “gran modestia me dijo que nunca se hubiera imaginado que, fuera de los lugares que conocía, hubiera podido encontrar obras que lo impresionaran tanto como las que estaba viendo en aquellos días”.
Memoria y archivo son dos de las coordenadas fundamentales que atraviesan el trabajo de Boltanski. Las huellas más efímeras de la vida, sus señales más triviales, como la consignación de un dato dentro de un directorio telefónico o las fotografías familiares que se replican por cientos en cada una de las historias anónimas que pueblan el mundo, son algunos de los materiales de su trabajo en el que se presentan como testimonios de vida señalando a cada uno con su singularidad y, a la vez, su proximidad con la de tantos otros.
Para Boltanski, la pandemia de Covid-19 y los confinamientos fueron una experiencia difícil. Afirmaba que: “La verdad es que estoy muy deprimido, muchos artistas se pasan la vida confinados, pero yo no… tal vez porque soy un pesimista nato y necesito llenar mi tiempo con muchas cosas”. Con una acostumbrada agudeza, había afirmado en una de sus últimas entrevistas: “Creo que nos olvidaremos de este virus porque no podemos vivir sin olvidar. La vida es tan horripilante que, si nos acordáramos de todo, no seríamos capaces de vivir”. Compleja reflexión para quien consagró su vida y su trabajo a consolidar un relato sensorial del recuerdo.
Isabel M. Pérez Pérez
Información:
El País
Memorias. Bienales de La Habana 1984-1999, de Llilian Llanes