El día en que La Habana cumplía sus 500 años, la Galería Taller Gorría abrió sus puertas a la multitudinaria audiencia que concurrió para apreciar unas obras de Roberto Fabelo. El maestro no podía abstenerse de celebrar el medio milenio de la ciudad y, para ello, trajo el recuerdo de uno de los más populares habaneros, hombre de dos siglos, el mismo que ha despertado durante años el interés de célebres creadores cubanos.
Muchos conocerán Réquiem por Yarini, obra para teatro musical que compusiera Carlos Felipe Hernández en 1960. O el bolero No temas, la vida te sonríe, de Sindo Garay. O el filme que Ernesto Daranas estrenara en el 2009 y que lleva por título Los dioses rotos. Todas estas son algunas muestras de una admiración y un conocimiento histórico. En efecto, Alberto Yarini, vuelve a protagonizar el interés de la creación artística: esta vez en la obra de Fabelo.
Descendiente de una acaudalada y aristocrática familia de origen italo-español, Yarini poseía natas aptitudes para el liderazgo y era gran influyente en la vida social habanera, al punto de ganarse el apelativo de El Gallo de San Isidro. Allí, en la misma barriada donde vivió sus años dorados y donde encontró la muerte también un mes de noviembre, pero de 1910, se exhibe hasta enero de 2020 la exposición en la cual el maestro camagüeyano ha inmortalizado la imagen de este personaje. Fabelo atrae hacia sí el universo que rodea a Yarini y desde las formas suyas, esas que lo hacen distinguible en cualquier contexto. Devuelve a La Habana matices de un relato que todavía está por esclarecerse del todo.
Por supuesto, la mujer ocupa un merecido lugar en esta muestra. Por La Petite Berthe (Berthe Fontaine) se desencadenan los trágicos eventos que ponen fin a la vida material de este antihéroe. Y allí está, tan bella como la describen algunos cronistas, desnuda de pecho: regala su perfil conformado a base de seguras y arriesgadas pinceladas. Otra mujer, emblemática, emerge desde una cazuela y su imagen apenas está rallada en la pátina que ha formado el uso ordinario del objeto que le sirve de base.
Mas, indiscutible, perfectamente reconocible, fiel alusión a una sección de la religiosidad cubana: la Virgen de la Caridad del Cobre recuerda que la fe y las creencias conforman un componente indispensable de la identidad y el discursar cotidiano. En otro lienzo, grande en dimensiones, la abstracta esencia de otra mujer ha sido impresa en un impulso rebelde: la Isla… Isla que se desborda del plato. Agua que sobrepasa por su propio empuje los límites. Escribiría Virgilio Piñera, otro maestro: la “maldita circunstancia del agua por todas partes”.
La iconografía de Roberto Fabelo ha vuelto a hacer gala del dominio del artista. En esta ocasión, para rendir homenaje a La Habana desde un personaje que todavía hoy recorre las calles de la ciudad. Esgrime un acertado intento por revivir los recuerdos y dejar evidencia de ello en un acervo visual que lleva por nombre Un viaje a San Isidro.
Nayr López García