Desenfadado y sin tapujos respondió Carlos Quintana al inquieto grupo de periodistas que se dieron cita el pasado 17 de abril en el afamado restaurant centrohabanero San Cristóbal. Este artista, catalogado como raro y único por la crítica, goza y despliega su haber en un lenguaje neoexpresionista para el que encuentra influencias en William Turner, Francisco de Goya y Pablo Picasso. Obsesivo por el trabajo y profundamente enigmático, padece al tener que reproducir en palabras lo que hace visible su pincel. Su iconografía, muy diferente a la del resto de la producción del arte contemporáneo de la Isla, no desecha las temáticas identitarias, por el contrario, siempre suscribe al menos un guiño en su reivindicación. En palabras de Carlos: “Yo soy cubano aunque no pinte palmitas ni peloteros”.
Su presencia en la XIII Bienal de La Habana se concentra en una pieza expuesta en el proyecto HB y la exhibición personal que lleva como título Quintana Pequeño que tendrá lugar en la Lloyd’s Register. Para ello, Quintana concibió nueve piezas escultóricas y treinta y seis bidimensionales que, en cierta medida, constituyen un homenaje a los Salones de Pequeño Formato que se celebraban con sistematicidad en La Habana durante el siglo XX. El resto del año representará para Quintana tiempo de fuerte e incesante trabajo. Expondrá, por ejemplo, en Palazzo Loredan, Venecia, durante la Bienal, bajo la curaduría de Isabel Pérez y Rubén del Valle; y simultáneamente en Piazza Della Cancelleria, Vaticano, Roma. Cerrará esta larga jornada nuevamente en La Habana, su ciudad natal, en el mes de diciembre.
Nayr López García