Pérez & del Valle (Corresponsales de Artcrónica en Venecia)
Una maldición apócrifa china esgrime el ensayista y comisario Ralph Rugoff para argumentar la formulación curatorial de esta 58 edición de la Bienal de Venecia. Ojalá vivas en tiempos interesantes, es el rótulo con el que el neuyorquino –quien actualmente funge como director de la londinense Hayward Gallery– hace balance de las tendencias creativas del presente. Y revela esos tiempos “interesantes” que nos han tocado vivir, donde casi todo lo irracional acaba sucediendo: resurgir de los muros y los fascismos, persistencia de un racismo cada vez más enconado, migraciones desenfrenadas, megalópolis deshumanizadas, cambio climático de dramáticas consecuencias o la embestida a la verdad que representan las fake news.
Tras una semana consagrada a la prensa y a los invitados VIP, el 11 de mayo el evento hizo su apertura pública, que se extiende durante seis meses, lapsus en que la organización confía en atraer medio millón de visitantes. La ciudad-museo flotante despliega su artillería para mantener activo el interés de neófitos y conocedores a través de un programa extendido, donde esta vez ha prevalecido cierta preeminencia de materiales y lenguajes clásicos, sin que ello suponga la renuncia a las artes en cruce y lo transmedial o las instalaciones monumentales. Como es habitual en la cuna del modelo bienal de exposiciones de arte del mundo, impera el irrecusable apego a un esteticismo que, como norma, termina por atomizar la más acuciante de las interrogantes.
Rugoff había anunciado que la “exposición se centrará en el trabajo de artistas que desafían los hábitos de pensamiento existentes y abren nuestras lecturas de objetos e imágenes, gestos y situaciones (…) Los artistas que piensan de esta manera ofrecen alternativas al significado de los llamados hechos al sugerir otras formas de conectarlos y contextualizarlos. Animados por una curiosidad ilimitada y un ingenio punzante, su trabajo nos alienta a mirar con recelo todas las categorías, conceptos y subjetividades incuestionables. Nos invita a considerar múltiples alternativas y puntos de vista desconocidos, y a discernir las formas en que el ‘orden’ se ha convertido en la presencia simultánea de diversos órdenes”. ¿Otro discurso curatorial de mecha demasiado larga? Lo cierto es que la munición estalla solo a intervalos.
Visitamos El Arsenal y los Giardini en los días reservados a la prensa y, por consiguiente, el interés y background de los “entendidos” era evidente en aquellos espacios atiborrados, donde abundaban cocteles, oppenings y souvenirs artísticos. Las colas para entrar a ciertos pabellones demoraban horas, y por lo general la movilidad era una continua carrera de obstáculos, mientras móviles y cámaras competían por encontrar encuadres y ángulos propicios. Información abundante y precisa, en todos los soportes imaginables, te asediaba a cada paso más allá de la humana capacidad para acarrearla. Muchos de los artistas, organizadores y curadores exhibían su preminencia y accedían complacidos a entrevistas. Las estrategias museográficas eran impecables, en atención a propósitos claros y específicos. La apabullante monumentalidad de la mayoría de las piezas expuestas se debate entre la brillantez y la banalización: desde un pecio sacado del Canal de Sicilia a cientos de metros de profundidad, procedente del naufragio del 2015 donde zozobraron 700 refugiados libios, del suizo-islandés Christoph Büchel; la oscura e inquietante Island Weather, de la filipina Mark O. Justiniani; un brazo mecánico que barre incesante una sustancia viscosa de algo que parece sangre, de los chinos Sun Yuan y Peng Yu; los seis pares de manos arqueadas de más de 15 metros de alto que se erigen sobre un canal del antiguo astillero del Arsenale, del italiano Lorenzo Quinn; o los brutales golpazos de la reja de metal que continuamente se balancea rompiendo las paredes del espacio, de la india Shilpa Gupta…
Fueron invitados a la muestra central 79 artistas. Ningún cubano esta vez. La curaduría concibió dos muestras separadas con los mismos artistas: una, en el Arsenale, y la otra, en el Pabellón Central de los Giardini. Ambas versiones incluyen al total de los creadores, quienes como generalidad exhiben obras muy distintas entre sí. Mezcla de nombres consagrados y emergentes –todos vivos y en activo–, el hilo conductor se desvanece en un piélago laxo y sobrepoblado: enormes pinturas y fotografías, esculturas imposibles, instalaciones iterativas y profusión de imágenes digitales, videojuegos y realidad virtual. Luego de las dos primeras horas de recorrido comienzan a desdibujarse las aparentes dicotomías y la pretensión de escrutar la nueva condición poshumana sucumbe ante el apremio de intentar llegar con energías a la siguiente sala, o simplemente a la salida.
Ghana, Madagascar, Malasia y Pakistán se suman por primera vez a la lista de Pabellones nacionales –87 en esta edición–, mientras República Dominicana estrena un espacio propio, pues su presencia previa había sido únicamente como parte del IILA. América Latina y el Caribe están representados por 12 países: en el Arsenale, Argentina, México, Perú y Chile; y en los Giardini, Uruguay, Brasil y Venezuela. Cerca del puente del Rialto se encuentran las sedes de Guatemala y el debut dominicano, mientras Cuba se emplaza en la isla de San Sérvolo. Granada se exhibe en el Palazo Albrizzi-Capello, y Antigua y Barbuda en el Centro Culturale Don Orione Artigianelli.
Argentina propone a Mariana Telleria con sus esculturas monumentales a la manera de bestiario, junto a las presentaciones individuales de Tomás Saraceno, con sus extraordinarias morfologías de telarañas, y las atrevidas reimaginaciones espaciales de Ad Minoliti. Actos de Dios es la videoinstalación de Pablo Vargas Lugo que representa a México; mientras Gabriel Rico y Teresa Margolles participan como invitados a la muestra central. Esta última sobresale en la muestra de los Giardini con su Muro Ciudad Juárez. Perú aborda las transformaciones de la Amazonía a través de la conjunción de los trabajos de Christian Bendayán, Otto Michael, Manuel Rodríguez Lira, Segundo Candiño Rodríguez y Anonymous popular artificer. Voluspa Jarpa, con sus Miradas alteradas, ocupa el pabellón chileno: reflexiona sobre poder, hegemonía, raza y la subalternidad.
La Casa Empática, del uruguayo Yamandú Canosa, cuestionamiento sobre la construcción nacional, ha sido considerada por la crítica especializada como uno de los mejores pabellones de la Bienal. También recibió gran atención la Swinguerra –luchas de danza callejera, a menudo protagonizada por personas transgénero– de los brasileños Bárbara Wagner & Benjamin de Burca. Con cantos del llano, a cargo del músico y arreglista Ramón Vidal Colmenares, se inauguró el Pabellón venezolano, que incluía el trabajo de Ricardo García, Gabriel López, Natalí Rocha y Nelson Rangel bajo el genérico de Metáfora de las tres ventanas.
Interesting state es el título de la representación guatemalteca, que incluye a la dominicana Elsie Wunderlich y al tatuador italiano Marco Manzo. Una práctica insólita –aunque no exclusiva– que resultó insultante especialmente en el gremio del arte de la región. Por su parte, Dario Oleaga, Ezequiel Taveras, Hulda Guzmán y Julio Valdez trasladan a la ciudad de los canales la “naturaleza y biodiversidad en la República Dominicana”, con esculturas creadas con plantas y hiedras que recuerdan a una selva natural.
Find Yourself: Carnival and Resistance es el título del pabellón de Antigua y Barbuda que rinde homenaje al carnaval, como evento de liberación de los caribeños negros y como espacio para criticar a las élites en todo el mundo, a través de la mirada de los artistas Timothy Payne, Sir Gerald Price, Joseph Seton y Frank Walter, Intangible Cultural, Heritage Artisans y Mas Troup. Fragmentos de historias individuales y colectivas se reúnen en Epic Memory, el pabellón de Granada, que incluye a Amy Cannestra, Billy Gerard Frank, Dave Lewis, Shervone Neckles, Franco Rota Candiani, Roberto Miniati y CRS avant-garde.
La Celestia, una extensión del Arsenale, alberga el proyecto ganador de esta Bienal. El León de Oro a la mejor participación nacional fue conferido al Pabellón de Lituania. Sun & Sea (Marina), de Lina Lapelyte, Vaiva Grainyte y Rugile Barzdziukaite propone una ópera performance para 13 voces y presenta una playa que el visitante contempla desde arriba. Iluminada artificialmente, repleta de arena, bañistas y toda la parafernalia asociada al relax, encierra una reflexión sobre el mercado, la globalización y los estereotipos a través de esta aparentemente divertida escena de vacaciones, debajo de la cual casi pudiera oírse “el lento crujido de una Tierra exhausta y jadeante”, según apunta el texto curatorial. Nuestro Arlés del Río, no considerado en estas exclusivas lides, había apuntado asuntos concomitantes en la duodécima bienal habanera, solo que el tórrido sol caribeño y los aficionados performers locales matizaban la escena con tintes muy particulares.
Advertir que Venecia, aun en los finales de la segunda década del presente milenio, sigue siendo concienzudamente pictórica y bidimensional. Sumar a lo apuntado en el texto las exposiciones de los archiconocidos Adrian Ghenie, Günther Förg, Luc Tuymans, George Baselitz, Gely Korzhev, Arshile Gorky y Jean Dubuffet, entre otros. Sin embargo, premia un performance por segunda vez consecutiva. La clave de tales decisiones podría residir en la búsqueda de un equilibrio manifiesto entre la multiplicidad de influencias en puja: mecenas, coleccionistas, instituciones, galerías, museos, artistas y público en general. Entre 250.000 y un millón de euros de dinero público se calcula que aportan los países de cada uno de los pabellones que participan en la Bienal, a lo que se suman aportaciones privadas exuberantes de agentes financieros cercanos o no al mundo del arte, ya sean galerías, marcas de relojes, casas de moda o productores de café.
También fueron premiados en esta edición de 2019 la Participación Nacional Belga (mención especial); el estadounidense Jimmie Durham (obra de toda la vida); el afroestadounidense Arthur Jafa (mejor artista); la chipriota Haris Epanimonda (joven y prometedor), y dos menciones especiales hubo para la mexicana Teresa Margolles y la nigeriana Otobong Nkanga. El jurado incluía como presidenta a Stephanie Rosenthal (Alemania), junto a Defne Ayas (Turquía / Países Bajos), Cristiana Collu (Italia), Sunjung Kim (Corea del Sur) y Hamza Walker (Estados Unidos).
Entorno aleccionador. De isla a isla
Tal vez no fuera del todo descabellado que el Pabellón nacional cubano regresara a San Sérvolo. De un espacio circunscrito por las aguas a otro de igual condición: confinados y también autosuficientes. En la laguna veneciana, al sureste de San Giorgio Maggiore, el contexto resulta propiciatorio para las reflexiones que apunta la curadora Margarita Sánchez Prieto: tendientes a declinar el componente autorreferencial inmediato, tan caro a las prácticas artísticas cubanas de las últimas décadas, y buscar enrutar una perspectiva que proyecte la necesidad de generar una conciencia planetaria. Tamizada desde la óptica de tres jóvenes artistas, la muestra busca abordar los peligros de la sustentabilidad y muy específicamente los que impactan lo territorial: hábitat y predación; naturaleza e imposición; poder y despojo. Desde la ínsula al mundo: y el mundo entero en la ínsula.
Originalmente propiedad de la comunidad benedictina, a principios del siglo XVIII San Sérvolo fue designada para la construcción de un Hospital Militar por parte de la República de Venecia, que se encontraba a la sazón en guerra con el imperio turco. Tras la guerra, el sitio se convirtió en un centro de reclusión para enfermos mentales, dirigido por la organización religiosa San Giovanni di Dio: 200 000 pacientes forjaron una historia de leyenda, locura y crueldad que solo terminó en 1978, cuando finalmente se cierra y se convierte en Museo. Para 1995 se funda en la isla la Universidad Internacional de Venecia, única de su tipo en el ámbito académico: un consorcio de 18 universidades del mundo con un campus autónomo, un laboratorio viviente cimentado en la convergencia de disciplinas, continentes, idiomas y culturas.
La pequeña isla de la costa nororiental italiana –isla de la locura y la cultura, según rezan las guías turísticas– había recibido en dos oportunidades anteriores la muestra oficial cubana en la Bienal, con acertadas escogencias y presentaciones. Pero en esta oportunidad resultó ciertamente notable el proyecto que, bajo el título Entorno aleccionador, exhibió las obras de Ariamna Contino, Alex Hernández y Alejandro Campins, con la invitación especial del italiano Eugenio Tibaldi.
Sánchez Prieto, investigadora y curadora del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, explica: “no quería partir de obras que focalizaran en el individuo, sino indagar qué nos están diciendo las que abordan el medio circundante, en particular aquellas que parten de la relación entre el artista y su experiencia con el medio. Quería trabajar una curaduría que tuviese como eje el entorno, pero sin acudir a las imágenes cliché sobre el paisaje y sobre el acontecer social que por lo regular tiene como escenario el entorno urbano. El espacio exterior nos está dando señales de problemas en el orden ecológico, en el ambiental, en el geopolítico, nos conmina a mirar las huellas que ha dejado en él la historia para que meditemos más detenidamente el presente. Estos asuntos de gran importancia en el momento actual y las maneras inéditas en que pueden ser pensados y abordados, se conectan con las ideas esbozadas en la convocatoria de la Bienal…”.
“Rugoff en su texto también plantea que el arte no cambia las cosas, pero sí crea estados de opinión, hace alertas, y eso fue clave para descubrir, dentro de las directrices temáticas de las obras seleccionadas, cuál debía ser el tópico de mi curaduría: las lecciones que nos está dando el entorno. Estas obras nos muestran lo que ocurre y ha ocurrido en él, cuánto le debemos, qué consecuencias ha traído nuestro afán de dominarlo, incluso confrontan lo que construye artificialmente el hombre y lo que el entorno ha sido capaz de lograr por sí mismo tras miles de años de evolución (…) Ya sea porque estas cuestiones que abordan los artistas cubanos son de interés universal y atañen a individuos de cualquier rincón del orbe, porque piensan de modo global, o porque toman referentes de cualquier parte del mundo; el alcance de sus inquietudes ilustra la nueva conciencia planetaria que algunos filósofos contemporáneos han detectado tanto en el campo del arte como en el de las ciencias”.
Continúa la curadora: “en ningún momento se trata de hablar sobre el medio ambiente, sino comentar la situación contemporánea desde el entorno. Los tres artistas tienen una trayectoria consolidada, pero cada uno ofrece una perspectiva diferente. Estaba muy interesada en que Ariamna hiciera una presentación como artista-mujer, en esta ocasión con un proyecto que aborda cuánto dependemos de los recursos que la naturaleza nos brinda y, específicamente, los que proporcionan la pulpa para producir el papel. Este es uno de los soportes básicos para el desarrollo y la evolución del hombre: el papel está en la política, en la economía, la creación artística, la ciencia, la educación, la legalidad y en todos los procesos civilizatorios. Es un elemento que indica un salto en la historia del hombre y que al mismo tiempo es fundamental en el arte. De Alex me interesaba un trabajo interdisciplinario que incluye abstracciones, en este caso las que derivan de la interpretación formal y conceptual de ciertos ámbitos y estructuras construidos por el hombre, donde este ha tratado de aprovechar el espacio con la máxima eficiencia. Es un trabajo en el cual confronta estas estructuras y órdenes construidos con los que existen en el mundo animal, en concreto en (el de) las abejas. Campins, por su parte, tiene una mirada al paisaje desentendida de los estereotipos convencionales: montañas y palmas, puestas de sol, la típica imagen bucólica. Él se propone descubrir en el paisaje elementos y locaciones que impactan, emocionan, y que al mismo tiempo son testimonio de lo que ha sido la historia del hombre. En este caso se trata de los bunkers que halló en diversos parajes, expresión de momentos de tensión, de antiguos conflictos bélicos y de amenazas aun latentes. Ellos demarcan fronteras y territorios: y también los protegen”.
Entorno aleccionador presenta un tejido compacto desde lo temático y lo conceptual, ramificado en tácita síntesis. Mientras, ampliando el espectro, tramita lo formal: Ariamna con una instalación, que se focaliza en el uso desmedido de los recursos naturales; Alex, con su pieza transdisciplinar, aborda el espacio, y su preocupación en torno a las estructuras; y Campins, con pintura y fotografías –manifestaciones más ortodoxas dentro del formato clásico– plantea una problemática álgida de la contemporaneidad: la historia. Tres artistas mirando al entorno desde una perspectiva desigual, que convergen en su vocación provocadora de emitir claras señales de alarma. No son elípticos ni suspicaces, sino diáfanos en sus personales abordajes, eficaces en los recursos empleados, rigurosos y contundentes.
Una exposición que aborda el territorio y sobre la que pesa también su propia espada de Damocles, pues Cuba no tiene pabellón propio en Venecia y debe concertar alianzas para zanjar el perpetuo dilema que suponen las disponibilidades financieras, las maniobras en certámenes internacionales y las complejidades logísticas que estas restricciones imponen. La ya histórica colaboración con los editores italianos Miria Vicini y Cristian Maretti han salvado la ecuación, que propician el espacio de exhibición e incorporan como invitado al artista italiano Eugenio Tibaldi. En palabras de Sánchez Prieto, “es un artista que se ha interesado por el concepto de margen y su expresión estética para lo cual sigue geografías alternativas que permiten el estudio de las zonas periféricas del mundo. Como parte de este interés ha dirigido su atención a algunas naciones que dieron impulso a los ideales sociales y que han experimentado procesos de cambio. Tibaldi indaga en ese margen temporal de las transiciones y los riesgos a los que el individuo se expone en caso de que los proyectos sociales pierdan prioridad. Por tanto, el entorno desde y sobre el cual nos invita a reflexionar no es el natural, sino el social, y esa resulta ser la línea de conexión con el resto de los artistas y con el concepto de entorno que propone la exposición”.
Penitencia es el título del proyecto de Ariamna Contino, quien retoma sus conocidos trabajos en papel calado en capas superpuestas para desplegar un paisaje de abedules a gran escala. Asegura la artista que “a partir de una estadística consultada sobre la cantidad de árboles de abedul necesarios para producir una tonelada de papel, apliqué una ecuación que estimaba los árboles que equivalían al monto de papel que necesité para producir el paisaje –precisamente un campo de abedules. En correspondencia, sembré e incorporé a la pieza ese mismo número de posturas, presentes en el espacio. El título resulta provocador, y alude a la ‘penitencia’ que el artista debe asumir frente a las acciones que suponen la producción artística y la vida contemporánea en sentido general”.
En esa idea de restañar o reponer a la naturaleza los recursos que proporciona, Ariamna ha diseñado su propio sistema de resiembra como maniobra artística. Al respecto, explica que “al finalizar la muestra, el espectador puede llevarse consigo los árboles sembrados, es decir, el bosque real que refracta –en potencia– el material del bosque representado en mi paisaje calado. Solo tiene que dejar su email para de alguna manera poder rastrear el destino de estos árboles, seguir las pistas de su diseminación, en un paralelismo a lo que ocurre naturalmente cuando las esporas se esparcen y germinan en nuevas posturas. Es una manera de igualar un ciclo que ocurre espontáneamente en la vida natural. Por eso la noción de penitencia, apelando a la responsabilidad ciudadana a la hora de utilizar tanta cantidad de materiales valiosos en una obra de arte”.
La exquisitez del trabajo del papel calado se compacta en esta perspectiva investigativa, que no solo alude al agotamiento del recurso, sino en general al desbalance entre un crecimiento demográfico imparable y la consiguiente extenuación de las existencias de agua, alimentos, fuentes de energía y recursos de toda índole. Cuestión que atañe tanto al compromiso con la sostenibilidad material, como a la espiritual. El capital patrimonial de la humanidad también enflaquece en lo intangible.
Por su parte, Alex Hernández, presenta Estado Natural, un proyecto que tuvo su primera puesta en escena en Galería Habana durante el pasado año. Replicando estructuras conceptuales y arquitectónicas del género humano, este se basa en la manipulación de las armazones que sirven de trama a los paneles de abejas. “Se trata de una especie de paralelismo entre las estructuras construidas por el hombre y las hechas por la naturaleza. Un poco para dar la idea de cómo conviven estas dos instancias: lo natural y lo artificial, a partir de la manipulación de panales en colmenas específicas que se encuentran en Artemisa, y del estudio del comportamiento de esos animales”.
La pieza consiste en tomar referencias de la vida urbana y rural del hombre y llevarlas a unas tramas abstractas. Esas tramas se convierten en panales y, de esta manera, se busca forzar a las abejas a producir miel según estructuras ideadas por el hombre en la búsqueda de la optimización del espacio.
Continúa el artista: “Es una investigación que comenzó hace muchos meses y continúa en proceso. Una pieza de mi autoría, que se asienta en la colaboración de saberes disímiles, principalmente de apicultores. Aunque el grado de manipulación que he intentado es agresivo, ha primado la inteligencia biológica, que se deriva de una evolución de millones de años. La abeja mantiene su estructura primaria de aprovechamiento óptimo del espacio y su organización social. Estos paralelismos son muy interesantes porque es posible analizar las estructuras sociales del hombre a través de su relación con estas estructuras naturales del mundo animal”.
Alex estudió estructuras humanas que han buscado maximizar la utilización del espacio (cárceles, favelas, anfiteatros, oficinas modulares, edificios sociales, tramas urbanas); así como otras que remiten a nociones más conceptuales, asociadas al conocimiento, como la filosofía, la sociología, entre otras esferas del comportamiento de congregaciones humanas. Compiló de esta manera un tipo de acervo específico que tradujo en trazados abstractos. Estos esquemas fueron introducidos en los panales, pero las abejas han declinado la invitación y regresan a su tradicional modelo hexagonal. La naturaleza reeditando el progreso humano para imponer su sabiduría genética.
Según Sánchez Prieto, “se trata de una propuesta transdisciplinar que no solo investiga y representa el fenómeno, sino que registra resultados. Todo ese proceso se transfiere inteligentemente al lugar de exhibición: fotografías, video, colmenas exhibidas a modo de instalación, pero también los propios panales con las retículas artificiales que impuso a las abejas para que en ellas coloquen su miel. Un experimento pertinente como idea y acertado en su despliegue en el espacio”. Otra vuelta de tuerca en temas relativos al agotamiento, que la curadora también comenta: “había realizado una serie de lecturas acerca de la preocupación de proyectistas, arquitectos y biólogos sobre el uso (ir)racional de los espacios y posible agotamiento de ciertos recursos frente al incremento de su demanda, debido al crecimiento desmedido de la población mundial. Son preocupaciones contemporáneas, pero Alex no lo deja ahí. Busca registrar si las abejas aceptan la dinámica espacial que proviene del hombre. Y eso no sucede. Ello comprueba que la inteligencia humana tiene un fuerte rival en el mundo animal, y para mí era una metáfora de la resistencia de la naturaleza al intento del dominio humano”.
Los procederes de Alex y Ariamna –a quienes se considera una pareja clásica entre los matrimonios artísticos del patio– están interconectados y se anclan en un proceso colaborativo que ambos han desplegado en varios estamentos a la vez: colaborativo entre ellos mismos como artistas; entre sus experiencias y las de otros saberes “distanciados” del campo del arte; y en tercera instancia, entre su condición humana y la relación que establecen con la naturaleza. Cada uno de estos estamentos, a su vez, se despliega en múltiples analogías y desemejanzas que tejen un entramado de posibilidades formales y simbólicas. Afirma Ariamna: “nosotros también hemos tratado de preservar nuestra carrera de manera individual, aunque continuamos haciendo piezas de manera colaborativa, que es como preferimos denominar el trabajo que hacemos a dúo (…) No es solo la aproximación natural a otros saberes que están equidistantes de nuestros conocimientos, más apegados a una rama de las humanidades, y asomarnos a otra cultura, a un modo de vida específico. Se trata, además, de un tipo de obra cuyo resultado no puedes prever. Puedes diseñar un punto de partida, a manera de experimento, donde se ensaya para comprobar un resultado, pero no dominas las variables posibles y mucho menos el saldo final”.
Los volúmenes desiertos y sombríos que ostentan los bunkers de Alejandro Campins se erigen en el espacio cual monumentos de una amenaza inminente, que el hombre no ha conseguido anular: más bien persiste en perpetuar. Fotografías y pinturas se organizan en A Cautionary Environment. De apariencia ilusoriamente apacible, difusos o nítidos, en formatos imponentes o diminutos, estas construcciones de la muerte y el parapeto, de la vigilancia y la angustia capturan la atención en hieratismo espeluznante. El paisaje como medio para detonar una alerta, como exorcismo y redención.
En palabras de Margarita Sánchez Prieto: “el artista nos convida a reflexionar sobre las nociones de pérdida y transformación aparejadas a la muerte, a partir de esas extrañas construcciones que tensionan el paisaje de muchos países: los bunkers. Es posible que la curiosidad que suelen suscitar se incremente al saber que existen en alto número y variedad en varias zonas del planeta (…) En períodos de la historia ensombrecidos por las amenazas bélicas, el afán de dominio u otras causas, muchos bunkers fueron construidos y su presencia ominosa nos hace preguntarnos si las razones que los originaron llegarán a su fin algún día o no, y si al menos será posible la convivencia (…) Sin dudas, constituyen sitios con gran carga emocional que hablan por sí solos. Para Campins son un pretexto para hablar de los grandes temas que rigen la vida”.
Volviendo a Ralph Rugoff y sus estrategias curatoriales, podemos leer casi al final de su convocatoria a esta 58 edición de la Bienal: “la exposición intentará subrayar la idea de que el significado de las obras de arte no está incrustado principalmente en los objetos sino en las conversaciones, primero entre el artista y la obra de arte, y luego entre la obra de arte y el público, y más tarde entre diferentes públicos”. Si así fuera, el diálogo que inician estos tres artistas podría integrarse naturalmente al debate sobre los destinos globales. Un mundo con amnesia de futuro, presto a desconocer el pasado.
Artcrónica extiende su reflexión sobre los cubanos en la 58 Bienal de Venecia. La próxima actualización de esta Sección presentará otros proyectos paralelos al evento: como la participación de Carlos Garaicoa y José Parlá en Glasstress 2019, organizada por la Fondazione Berengo Art Space; la exposición personal In Finito de Carlos Quintana, que ocupara todos los espacios del Instituto Veneciano de las Ciencias, las Letras y las Artes, en el Palacio Loredan; y la exposición colectiva del Palacio Zenobio que, con curaduría de David Mateo y Suzzete Rodríguez, ha propuesto una mirada en dos tiempos de una nómina extensa de creadores de varias generaciones, y se reflexiona acerca de identidad, diferencia y utopías.