(Apuntes para un estudio del Coleccionismo de arte cubano contemporáneo)
Isabel Pérez Pérez y Rubén del Valle Lantarón
(Apuntes para un estudio del Coleccionismo de arte cubano contemporáneo)
Isabel Pérez Pérez y Rubén del Valle Lantarón
Según Walter Benjamín, entre las manifestaciones profanas de la “cercanía”, coleccionar es la más concluyente. De esta manera, “coleccionar es una forma de recordar mediante la praxis”, de condensar el hyperuránion tópus que según Platón alberga las inmutables imágenes originarias de las cosas. Para el filósofo alemán, lo decisivo al coleccionar es que el objeto sea liberado de todas sus funciones originales para entrar en la más íntima relación pensable con sus semejantes. Para el verdadero coleccionista –nótese el acento que remarca verdadero– “cada cosa particular se convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del pasaje, de la industria y del propietario de quien proviene”.
Mucho se ha especulado en los últimos años sobre la actitud y las motivaciones del coleccionista de arte contemporáneo. Quizás porque esa figura se ha divinizado, definitivamente, en el voluble entramado del sistema artístico. El coleccionismo, en el caso que nos ocupa, se trata de una sensibilidad minoritaria y algo maniaca que, ligada al sufrimiento y a la pasión, consiste en el insaciable gesto de acumular cosas, “sistemizar” sus variables y exhibirlas o compartirlas eventualmente con los demás. A ello sumaría Benjamín: “La fascinación más profunda del coleccionista consiste en encerrar el objeto individual en un círculo mágico, congelándose este mientras le atraviesa un último escalofrío (el escalofrío de ser adquirido). Todo lo recordado, pensado y sabido se convierte en el zócalo, marco, pedestal, precinto de su posesión”.
Continuando los apuntes de la entrega anterior, en esta ocasión “El Circuito” explora en otro grupo de coleccionistas de arte cubano contemporáneo. En todos ellos se mantiene la expresa intensión de periodizar y socializar, más allá de las circunstancias iniciáticas de su vocación colectora. Se trata de Ella Foltanals-Cisneros, Sebastiaan Berger, Andreas Winkler y Maximilian Reiss.
Según investigaciones recientes, aunque se considera que el mundo del arte es relativamente vanguardista en cuanto a la igualdad de géneros, la mayor parte de los coleccionistas a gran escala son hombres, hecho que sin dudas contribuye a la compleja dinámica de subvaloración que recae sobre la obra artística de las mujeres. En este mundo donde aparentemente mayorea la testosterona, sobresale Ella Fontanals-Cisneros (en lo adelante EFC). Nacida en Cuba, comienza su interés en coleccionar arte a principios de la década del 70, mientras radicaba en Venezuela. Interesada mayormente en el arte latinoamericano, la colección que Ella comenzó solo para disfrute personal ha devenido un ambicioso proyecto de vida, donde el arte cubano ha cobrado gran fuerza durante la última década. Filántropa y empresaria, Ella funda y dirige desde 2002 la Fundación de Arte Cisneros-Fontanals, que tres años más tarde inaugura CIFO Art Space, con sede en Miami, y para 2011 CIFO Madrid.
Sebastiaan Berger (SB) es un abogado holandés que ha residido en Cuba desde 1996. Sebastiaan ha sido el director de inversiones principal de CEIBA Investments Limited y Representante de la Oficina de La Habana de CEIBA Property Corporation Ltd. (CEIBA) desde 2002. Por su parte, Andreas Winkler (AW) es economista suizo con familia cubana, presidente de la sección suiza del Comité Empresarial Cuba-Suiza. Ambos, desde CEIBA, impulsaron la creación y visibilidad de una importante colección de arte cubano contemporáneo. El austriaco Maximilian Reiss (MR), por su parte, colectó más de dos mil piezas de arte cubano desde las vanguardias a la actualidad y articuló en la cosmopolita Viena un museo para el arte de la Isla, restaurando una casona que otrora fuera nuestra sede diplomática en esa ciudad a orillas del Danubio.
El común denominador de estos empeños transita por una relación de proximidad con la cultura cubana, y en la mayoría de los casos se desencadena a partir de la permanencia en el país y de la relación con sus artistas y su gente. Al abordar su interés por el coleccionismo de arte, EFC afirma que aunque desde sus inicios en su Colección se incluyeron artistas cubanos, su regreso al país natal, rondando los 2000, afianzó esa perspectiva. “Al volver a vivir en Cuba, me interesé no solo por aquellos artistas que me hubiera gustado coleccionar desde el punto de vista personal, sino que asumí una visión institucional sobre cuáles eran las zonas del arte cubano que eventualmente yo podría regresar a mi país y que fueran importantes para la consecución de nuestra cultura”. Muchas de estas piezas y artistas se circunscribían a las producciones de los años 80 y a creadores radicados en la Isla, partiendo del interés que esas estéticas despertaron en la coleccionista y de las relaciones que fue estableciendo con los artistas cubanos. Aunque afirma que por lo general no se asesora con ningún especialista en particular, en el caso del arte concreto sumó a Elsa Vega, curadora del Museo Nacional de Bellas Artes, para contar con una voz autorizada, y despejar el camino de las falsificaciones y las procedencias equívocas.
“No es solo comprar lo que me gusta –continúa Ella– porque a estas alturas de la colección estoy muy enfocada en otras cosas como podrían ser precisar ¿qué completaría la Colección, con el criterio específicamente de los 80? Considero que sería beneficioso para mi país que un conjunto valioso desde el punto de vista histórico, eventualmente, regrese a la Isla”.
Por su parte, AW responsabiliza su afición colectora por lo cubano en el hecho de haber vivido y trabajado mayoritariamente en Cuba los últimos veinte y cinco años. Andreas cuenta una historia que merece la pena compartir. Llegó a Cuba en los inicios de los años 90, cuando todavía eran raros los “HK” y el dólar era ilegal, con una vocación clara de relacionarse al máximo con las gentes que habitaban el país. Era obvio que, con esos intereses, muy pronto frecuentara a los artistas de la plástica. “Compré en la Catedral mi primera obra en unos ¡30 USD! y el artista –humanista al fin– cruzó la plaza, entró en un restaurante y regresó con seis Heineken, pagados con el dinero que acababa de ganar. Desde entonces somos muy amigos”.
Unos años más tarde, AW había desarrollado un proceso de “aprendizaje”. La curiosidad le llegó con horas de conversación con el maestro Eduardo Ponjuán, y con el consiguiente estudio de libros de arte de América Latina y de Cuba en particular. Ello compulsó, a la vez, la relación con muchos otros artistas, críticos, historiadores y galeristas. “Quiero que mi colección refleje lo mejor posible –ahora y también en el futuro– y desde mi perspectiva muy personal, el tiempo que estuve y estoy viviendo en Cuba”. Ello supuso que un hombre como Winkler, salvo excepciones, buscara conectar con los artistas que incluía en su colección. “Si no logro conectar con el artista, me cuesta trabajo tenerlo en mi colección. Pero nada es absoluto”. Quizás por ello extendió sus intereses un tanto y comenzó a adquirir obras de los 80, las que, a fin de cuentas, marcan el inicio epocal de sus acervos. “Me gustan las obras que te cargan de energía y que te empujen adelante. Últimamente también voy por ideas –ojalá– más sabias… Mucho –sino todo– está dicho y por lo tanto busco una poética más bien conciliadora, para no decir estética”.
El Museum of Finest Cuban Arts, propiedad de MR se inauguró a finales de 2006 como parte de una serie de acuerdos de colaboración entre el Ministerio de Cultura de Cuba y la Embajada de Cuba en Viena. La instalación se dedica únicamente a exponer obras de origen cubano, que su director adquirió a lo largo de quince años tanto en la Isla (a través de Subasta Habana, Galería La Acacia o directamente de los artistas) o en ferias y expo-ventas en Europa, principalmente en España. El inventario de la institución, que contó con la asesoría del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, indexa un buen número de piezas donde se incluye a Wifredo Lam, René Portocarrero, Amelia Peláez, Víctor Manuel, Rita Longa, Jorge Arche, Fidelio Ponce, Carmelo González, Mariano Rodríguez, Raúl Martínez y Servando Cabrera Moreno, así como de autores de generaciones más recientes como Ever Fonseca, Aimée García, Zaida del Río, Manuel Mendive y Alexis Leyva (Kcho). Una nómina variopinta y extensa, que Maximilian conformó con la colaboración de la dirección de Patrimonio y del Museo Nacional, algo que resulta distintivo en el ámbito de los coleccionistas foráneos, quienes prefieren asesorarse de expertos que operen en paralelo –o en el margen mismo– de la institucionalidad.
Afirmaba Reiss, durante la propia ceremonia de apertura del Museo que el “primer cuadro de un artista cubano que tuve, lo compré hace casi dos décadas en Viena, de un joven –en aquel entonces– del cual ahora no recuerdo el nombre. Esa fue la primera obra cubana que compré y desde entonces ha sido mi vida”. Sin dudas, el Museo reúne un tesauro dilatado, y su propietario decidió socializarlo al replicar, en cierta medida, las estrategias museográficas de nuestro Museo Nacional de La Habana. Un punto de posibles operaciones para las producciones nacionales de todos los tiempos, que según nuestro juicio ha sido bastante poco aprovechado, y del que no hemos logrado obtener noticias más recientes.
Dentro del intrincado mundo del arte, los coleccionistas son asumidos por lo general desde una perspectiva prudente, haciéndose hincapié en que es primordial coleccionar por los motivos “correctos”, dígase –alejándose de aquellas estrategias meramente especulativas o “trepadoras”– amor al arte, filantropía. No creemos que pueda diseccionarse con absoluta pureza lo uno de lo otro, y mucho menos en nuestro contexto, donde a todas luces la “relación emotiva” parece dominar el panorama, sin que ello descarte los réditos adyacentes. Sin embargo, creemos que la categoría de “coleccionista de arte cubano” tendría que ser una categoría que hay que ganarse, algo así como un proceso de toda la vida, al igual que nadie se vuelve “artista” de la noche a la mañana, sino con mucho trabajo y energías consagrados, muchas veces se deja la piel en el intento.
Según EFC existen relativamente pocos coleccionistas de arte cubano. “Los que he encontrado, en el plano interno –los que viven en la Isla al menos por un tiempo– pertenecen al mundo diplomático, empresarial y casi siempre compran las cosas que conocen, los artistas que giran en torno al universo donde se mueven. Por otra parte, los coleccionistas internacionales que conozco –dígase quienes no han vivido en Cuba– son de múltiples géneros, pocos tienen un conocimiento profundo del arte cubano, cuáles son sus tendencias y particularidades, y compran los nombres que conocen, los artistas que otros les recomiendan”.
Ella reafirma la teoría de que se verifica un posicionamiento del arte nacional en el mundo global, y añade que “el protagonismo de Cuba y sus artistas últimamente se relaciona con la apertura que se dio en Cuba, con el acercamiento a los Estados Unidos. Ello hizo que muchos norteamericanos viniesen con mayor facilidad a la Isla y se facilitara una conexión más segura para relacionarse directamente con los artistas y tener una idea de primera mano de la producción artística cubana”. Y añade: “Por supuesto, ello tiene que ver también con el valor intrínseco del arte cubano. Los artistas cubanos tienen muy buena preparación, la escuela es muy buena, y eso les permite estar a la altura de cualquier artista mundial y de cualquier escuela en el mundo”.
Quizás por ello, en los últimos tiempos, el sistema de Premios de la Fundación haya beneficiado a muchos artistas locales. “Ha sido interesante que por muchos años estuve ayudando a los artistas en Latinoamérica, mientras los artistas cubanos hasta hace muy poco no podían participar por la falta de comunicación, ya que todo los procesos eran por Internet. Pero en los años recientes se ha hecho un esfuerzo general, no solo entre los artistas sino también entre los curadores y las personas que escogen los premios… y esto ha dado como una primicia dentro de la Fundación, porque desde entonces los artistas cubanos han tenido una gran relevancia y han ganado bastantes Premios”.
AW ha cultivado una relación prolongada y especial con nuestro país. “No conozco otro país donde el arte –también plástico– esté tan presente en el ‘pueblo’ como en Cuba. La mayoría de los cubanos conocen a sus artistas más promovidos. Es más, a través del sistema de educación, cada cubano/a puede acceder a una educación artística, lo que es fantástico y que ojalá se puede mantener también en el futuro. Ayer en la noche, por ejemplo, fuimos a ver el Réquiem en el [teatro] García Lorca. Me quedé profundamente conmovido. ¡Fue excepcional! Y la audiencia mayoritariamente compuesta por jóvenes”.
Al referirse en específo a su condición colectora comenta: “El coleccionismo de arte per se es acumular objetos físicos… y para esto hay que tener recursos. Recursos que obviamente la mayoría de los cubanos en Cuba no tienen… De otro lado coleccionar es otra adicción, otra manera de no sentirse libre, otra vía para (pre)ocuparse. Mejor, a veces, ir a ver las propuestas en los museos y las galerías… y disfrutar los buenos encuentros con los artistas y con el arte”.
Tampoco a Winkler le agrada del todo ser considerado un “coleccionista”: “No me gusta mucho cuando dicen que yo soy coleccionista (no obstante que de facto lo soy). Me veo más bien una persona que tiene el privilegio de vivir una relación intensa y a veces íntima con algunos artistas excepcionales y con su obra y en este tiempo vivido se acumularon unos objetos, memorias, cicatrices, recuerdos, que son las obras de mi colección. Definitivamente me gusta vivir junto con estas obras”.
Lo cierto es que hay algo intrigante, ligado a la naturaleza intransferible de la posesión, que se cuela en la figura del coleccionista. Algo que se acrecienta, inexorablemente, ante el hecho de que el coleccionismo es una actividad unida al prestigio y al estatus. También a la idea de que coleccionar es una forma de catalogar el mundo, de estructurar la infinita madeja de la memoria personal y colectiva. Cabría indagar más ampliamente en un sector del coleccionismo privado en Cuba que no participa de las intenciones aquí apuntadas, es decir, que rehúye por diversas razones mostrar al público su patrimonio. Una investigación que habría de sumergirse en un intrincado sistema de relaciones y circunstancias; y excede estas líneas. Un terreno donde entran a jugar condicionantes y modos de operar específicos de nuestra cotidianidad, de seguro inéditos en las prácticas internacionales.
Volviendo a nuestros entrevistados, y retomando la idea del rédito del coleccionista (en cualesquiera de sus sentidos) EFC alega que nunca vende nada de su colección, por lo que sus intenciones nada tienen que ver con beneficios monetarios; y agrega: “Tal vez lo que me ha dado es muchos problemas y en ocasiones resulta frustrante… En los últimos años he tenido problemas en los dos sitios: si voy a Cuba algunos piensan que soy el enemigo, o que casi lo soy, porque creen que compro artistas disidentes, pero yo no miro eso; despojándolo de sus creencias o actitudes personales, miro al artista directamente. Y lo mismo sucede en los Estados Unidos, donde todo el tiempo piensan que a lo mejor estoy con el gobierno cubano y formo parte de la escena política. Ha sido un ir y venir de problemas de un lado y de otro para lograr lo que he hecho hasta ahora”.
A pesar de todo eso, Ella ha comprado mucho arte cubano en los últimos años, ha incluido en su junta de asesores de CIFO a curadores del patio y ha promovido el acceso de los nacionales al programa de Becas y Comisiones. También ha organizado muchas exposiciones que valorizan lo nacional, ya sea junto a sus acervos internacionales, como CIFO: Una mirada múltiple, en el Museo Nacional de Bellas Artes, durante la Oncena Bienal; la antológica Tramas de Gustavo Pérez Monzón, en el Museo Nacional cubano y CIFO Miami; o la itinerante, con más de 100 piezas, Adiós Utopía: Arte en Cuba desde 1950, que hasta el momento se ha presentado en el Museo de Bellas Artes de Houston y el Walker Art Center de Minneapolis. En frontera, CIFO compró algunos archivos de arte que estaban en manos privadas (Archivo Veigas. Arte cubano, ahora Archivo CIFO-Veigas) y se propone mejorar las condiciones físicas de preservación y ponerlo en funcionamiento público en el futuro próximo. “Con toda certeza he intentado devolver a Cuba parte de lo coleccionado de arte cubano, especialmente obras de los años 80, que no están en nuestros museos allí. He hecho mi mejor esfuerzo en ese sentido, aunque no he obtenido todavía la reacción esperada. Creo que los cubanos que han coleccionado arte cubano, de alguna manera y en algún momento, querrán devolverle a la Isla esas obras de arte que son también parte de nuestra cultura e historia. Por supuesto, siempre y cuando existan los medios para mantener los acervos en buen estado… Muchos como yo, eventualmente, devolverían a su país las obras que le pertenecen”.
AW, por su parte, confirma que el peso fundamental de su colección ahora está en Suiza… “y tendrá un día que volver a Cuba. Todavía no lo sé. Esta y otras cuestiones me siguen intrigando y me permiten ver el horizonte con tranquilidad. Me gustaría volver a prestar obras para una buena exposición… y dar visibilidad más bien a artistas jóvenes”. Esa vocación por construir puentes para al arte cubano, resultó sin dudas la motivación principal del libro Cuba Arte Contemporáneo de CEIBA. “Como no logramos obtener los derechos de distribución de la revista The H Magazine en Cuba, decidimos hacer un libro. Nunca hemos querido dar un veredicto sobre lo que es “buen arte o no tan buen arte”; para esto dejamos que los especialistas cubanos se pronuncien. Pero logramos un modesto proyecto para dar a conocer ‘nuestros’ artistas y sus obras al mundo. Eso también fue único, con un cierto romanticismo”.
Un nuevo giro opera ahora, cuando el omnipresente mercado ha sesgado parte de ese romanticismo. “No critico el mercado, pero no quiero mezclarlo demasiado con mis ‘recuerdos’. Creo que, actualmente, hay una sobrecarga de arte mundialmente… y también de arte cubano… El coleccionista hoy en día está más y más sometido a una avalancha de propuestas comerciales, sea en espacios físicos, de intermediarios o hasta por el internet. Me gustaría que el proceso de adquirir una obra de arte, el proceso que enriquece tu colección, mantenga alguna poesía adicional a solamente pagar como si fuera cualquier bien de consumo”.
Desde similar perspectiva, SB considera que fueron privilegiados al estar en Cuba desde 1996, cuando “una nueva generación de jóvenes artistas cubanos fue capaz de desarrollarse al lado de aperturas económicas y sociales… y pienso que nuestra pasión ha contribuido en todo ello en cierta forma (modesta). Incluso, también a que otras personas sigan nuestro ejemplo, a veces copiado, y a veces mejorado. Quizás, el aporte de CEIBA Investments Limited en este desarrollo fue poder incluir –en paralelo de sus actividades como empresa “inversionista extranjera”– actividades de ESG (environmental-social-governance) dirigidas a la cultura cubana. Hemos intentado varias acciones, aparte de apoyar artistas para realizar sus exposiciones… a través del proyecto (no tan exitoso…) de la revista The H; del proyecto con la manada de elefantes de JEFF (hoy propiedad de la empresa mixta Inmobiliario Monte Barreto S.A.); los esfuerzos para establecer una colección de arte cubano para nuestra empresa, y la publicación del libro/catálogo Cuba-Arte Contemporáneo. Ahora, que he regresado a Europa, aunque viajo muy frecuentemente a Cuba, busco mantener esas iniciativas. Por ejemplo, el año pasado mi colección personal (mía y de mi esposa Xantha, por supuesto) fue expuesta en el Museo Singer en Laren, cerca de Amsterdam”.
Para EFC, el factor negativo para coleccionar arte cubano en la Isla tiene relación solo con lo económico, no por falta de interés o motivación porque “hay muchas personas interesadas que están muy metidas en el mundo cultural y artístico del país, pero carecen de capital. Para los extranjeros, los inconvenientes se determinan de acuerdo al país de origen. Por ejemplo, en Norteamérica la entrada del arte es libre, pero a sus ciudadanos se les dificulta acceder a nuestro mercado por la situación actual entre Cuba y los Estados Unidos, ya que el nuevo gobierno no ha dejado que siguieran fluyendo los viajes de las personas interesadas en conocer el arte cubano y sus artistas. En otros países las restricciones tienen que ver con los impuestos a pagar sobre el costo de las obras. En Europa hay que pagar altos impuestos sobre el monto de la adquisición para ingresar obras en frontera”.
Vistas estas operatorias, sumadas a las de nuestra anterior entrega, y a muchas otras no referenciadas en nuestros artículos, se advierte un interés persistente por las producciones nacionales. Sin embargo, la labor colectora desde una perspectiva privada no podría dejarse, para una producción tan extensa como la nuestra, solo en manos del capital exterior. De alguna manera urge involucrar a esas “pequeñas fortunas domésticas” que presumiblemente están emergiendo. Por no mencionar a intelectuales y profesionales de toda índole, que de seguro adquirirían y colectarían arte nacional, y de cierta forma lo han estado haciendo. ¿Qué sentido tendría, de otra manera, haber formado a tantas generaciones en el respeto al arte y la cultura, haberlos dotado de herramientas –generales o específicas– para apreciar el arte, si ahora no actuamos también para generar estrategias que les permitan acogerlo en sus casas o sus pequeños negocios? Cómo involucrar a las nuevas formas de propiedad y gestión económica en estas estrategias es todavía una asignatura pendiente, porque de conjunto con lo colectado desde los sectores estatales y públicos –todavía muy insuficientes– este es el patrimonio que pervivirá en el terruño para el presente y el futuro.
Otro tema a considerar sería el de la tipicidad distintiva que se le atribuye a nuestras producciones simbólicas nacionales, y que durante los últimos treinta años determinó no solo el interés hacia la Isla, sino muy especialmente, la visión de que estas “creaciones independientes”, no obstante su vasta perspectiva temática y estética, contenían rasgos distintivos y unificadores. Cabría preguntarse: ¿ese “corpus particular” que se ha promocionado como “arte cubano” ha subsistido tal cual en tiempos de google art y de la preeminente influencia de los “life styles”? ¿Subsiste el interés del mercado por un arte que se declara cada vez más en la búsqueda de la “internacionalización”? ¿Continúan proyectando nuestros artistas, nuestros eventos, nuestras instituciones aquella congénita “mística de la utopía”?
AW se inclina a pensar que los cambios operan más en el propio corpus de la creación cubana que en el sistema del mercado internacional. “En general creo que mi interés de ampliar mi colección se movió de manera desproporcional con la cantidad de obras promovidas, producidas y disponibles. Adicionalmente, como las propuestas se hacen en un contexto cada día más insertado al mundo, y con toda legitimidad más mercantil, la etiqueta ‘Cuba’ deja de ser un criterio de selección y está siendo sustituida por ‘criterios de calidad’ (o tendría que decir ‘de mercado’) internacionalmente reconocidos”.
Y con esta preocupación Andreas pone sobre la mesa una reflexión pertinente, probablemente trigo para nuevos apuntes en esta misma sección de Artcrónica: ¿existe el arte cubano? Y se responde: “Para mí, sí, por mi condición de haber vivido la mitad de mi vida en la Isla. Pero hoy en día creo que más bien se percibe un concepto unificador cultivado hacia el interior y un concepto mercantil hacia el exterior. Solamente en Suiza se crearon recientemente cuatro galerías de ‘Arte Cubano’. Valdría cuestionarse, por si acaso, si hay cuatro galerías de ‘Arte Austriaco’… o de ‘Arte Mejicano’ en Suiza. No lo creo. Por lo tanto, me uno a quienes dicen que el ‘Arte Cubano’ ha perdido atracción en los últimos años… Sin embargo, a pesar de todo ello, persisten muchos artistas que sigo considerando excelentes: ‘Artistas Cubanos’, personalidades jóvenes y no tan jóvenes, que siguen creando –a mi juicio– obras excepcionales, nutridas por esas contradicciones, desafíos y sueños que genera la vida en esta Isla en el contexto globalizado”.
Alguna otra vez hemos afirmado que una colección de arte puede ser el principio de muchas cosas. El coleccionista entreteje –desde su subjetividad– una urdimbre de códigos y signos, de infinitas líneas de interconexión que compilan un universo que lo trasciende. También una colección de arte narra la historia de una nación a través de los nombres y las piezas que la componen deviniendo, de esta manera, en sumario de las nociones identitarias de su tiempo. ¿Siguen siendo estos, para el arte cubano, los tiempos interesantes que vaticina aquella vieja maldición, hoy también en tela de juicio? Y si así lo fueran, ¿cuáles artistas y obras deberían relatarlo?
¿Cómo se enrumba la nave y qué brújula señala los caminos del arte cubano del siglo XXI?…
¿Y ahora qué?