Abram Bravo Guerra
No voy a cuestionar la pertinencia de Post It. Ya a seis años de su primera edición creo que resulta beneficioso para el panorama plástico nacional. En primera instancia, funciona como el incentivo más inmediato que la institución ha puesto a manos de los creadores jóvenes, una plataforma de validación, visualización y promoción bastante eficiente por su impacto y dimensiones iniciales, además de lo que prometen las premiaciones. Post It es una oportunidad bastante tentadora -asumiéndolo de manera cuantitativa o cualitativa- si atendemos a sus incentivos exhibitivos y promocionales.
Pero lo que significa en cuanto a posibilidades individuales no implica necesariamente que se haya registrado una coherencia en la calidad de las piezas seleccionadas Y es que Post it se enfoca en el sector creativo novel, susceptible de planteamientos e ideas aún no cristalizadas a plenitud. Precisamente, otro de sus puntos fuertes radica en los aportes que -al propio artista- puede realizar una crítica constructiva. Hace poco un amigo dejaba claro que señalar el error en cualquier propuesta, lejos de ser un acto de crueldad despiadada, permite el reordenamiento y evolución del creador y su obra.
En general, el saldo histórico de Post It ha dejado algo -a veces mucho- que desear, cuestionable en cuanto a las piezas seleccionadas. Lo cierto es que entregas previas padecieron de fisuras transversales a casi todo lo que se mostraba. A grandes rasgos, el concurso ha experimentado dos modos implosivos de asumir la obra, propios de cierta inmadurez en la construcción simbólica: una tendencia a la simplicidad teórica, a la construcción de un rejuego formal desligado de una capa tropológica elaborada; o al exergo pretencioso, tras un amasijo de imágenes redundantes, que culminan en la anulación del significado. En otras palabras, se ha pecado por defecto y por exceso.
Entendamos Post It 6 como una evolución natural de esa suma de aciertos y descalabros que lo preceden y, por ello, como un producto fluctuante; porque la entrega actual crece en pretensiones y variedad, incluso a veces impresiona en cuanto a factura, pero parece regresar la eterna torpeza discursiva. Vuelve a enquistarse el flujo de ideas en instantes específicos. Si bien algunas propuestas destacan por un lenguaje plástico sólido, son más las que pecan en su desarrollo como texto, en su sistema de referencias y cuerpo simbólico. Incluso Post It 6 se permite algunas licencias en las que se respiran préstamos, a mi juicio, demasiado peligrosos.
La presente edición experimenta -y creo que esta es la mejor parte de la historia- una amplitud significativa en cuanto a soporte: desde las ya usuales pintura, fotografía, dibujo e instalación, hasta el video, la escultura en pequeño y gran formato, el grabado, el video en realidad virtual y la video-instalación. Tal despliegue en cuanto a propuestas visuales constituye uno de los tinos más certeros para Post It 6. Como es lógico, la pluralidad permite un balance adecuado -siempre sujeto a las ausencias que una selección curatorial puede suponer- en torno a los desplazamientos sintomáticos del espacio creativo joven. Este juego anti-dogma, esta renuncia a un modus operandi común, en fin, echar mano de todo lo posible suena quizás a la adscripción más alentadora para las nuevas, y no tan nuevas, filas artísticas.
Como de costumbre, la pintura resulta la manifestación más representada, quizá algo que se va generalizando entre los exponentes más jóvenes. Y la verdad, en este caso regresa la enfermiza fluctuación de calidad. En algunas piezas vuelve a sobrar trabajo formal y a ausentarse el discurso -pensemos en Ausencia de réplica, de Rafael Ricabal- para una propuesta donde la deformación casi expresionista parece no ser suficiente. En otras, específicamente la serie Pintura política de Leonardo Luis Roque, la metáfora tras la imagen pictórica queda como un forzoso enlace con el texto; quizás la construcción plástica no emerge desde ese universo propio y solo el texto -hasta intrascendente en este caso- la salva de ser un simple impresionismo a destiempo. Otras padecen el síndrome del total desacierto: en La relajación, de Jorge Juvenal Baró, se respira cierto aire turístico, poco puede aportar como producto simbólico, una pieza -a mi entender- totalmente fuera de lugar.
Quizá lo más destacable para bien sea Maquillaje, retrato en óleo de Luis Miguel Rivero. La técnica de distorsión -húmeda y cristalina- recuerdo haberla visto hace un tiempo en una pintora e ilustradora serbia, Ivana Besevic. Pero el mérito de Rivero radica en utilizar esa distorsión para hacer del maquillaje un estigma, para problematizar sobre los arquetipos de belleza femenina y adentrarse en un discurso de género. Una apropiación bastante acertada, cuyas referencias incluso dialogan con las mujeres -o mejor dicho, máquinas cosméticas- de la colombiana Maripaz Jaramillo.
Por su parte, la escultura cuenta con dos obras que figuran entre lo más llamativo. En El salto, de Gabriel Cisneros, conspiran factura y concepto para generar una pieza que se permite encantar mucho más que a los ojos: un planteamiento paradójico que revierte utopías para hablar de decepciones, de vacíos, de incongruencias -aunque su Heraldo ya funcione como un precedente algo difícil de superar. Por otro lado, Impotencia, del colectivo Medialuna, repiensa los límites de la capacidad o el deseo de hacer, quizá hable de una generación -o de un país- que le tocó vivir cuando los sueños ya no tiran de la gente. Ambas esculturas entroncan en una visión en la que confluyen lo social y lo universal, se enfrascan en una auto-re-cosntrucción del sujeto ante su tiempo. En las restantes parece faltar algo, a veces todo, no logran consistencia, mucho menos la densidad reflexiva idónea.
Pero más allá del soporte pictórico o escultórico, -como ya he dicho- la balanza se equilibra con un significativo volumen de piezas que transitan en las líneas de casi todo lo pensado. No obstante, el resto de las tipologías -con excepción de la fotografía, de esta hablaré al final- registran una presencia aislada, no más de una o dos incursiones. Sería demasiado esfuerzo, un capricho casi innecesario, desentrañar una a una las propuestas. En cambio, creo más adecuado realizar mención de lo que -a mi juicio- resulta lo mejor y peor en este campo de batalla. A veces reconocer los extremos resulta el modo más interesante de diagnosticar.
El objeto huérfano, de Evelyn Sánchez Aguiar, destaca por ser la única incursión en el original múltiple. De hecho, la sola presencia del grabado ya es un motivo de sorpresa en tiempos de instalación y videoarte. Una serie de nueve cuadros sencillos estampados en tinta sobre metal en las que resuena la micro historia sobre el gran relato; porque cada imagen diagrama lo cotidiano desde esa preservación a flashazos de la memoria. Como quien mira hacia atrás y desde ahí reconstruye, permuta de soporte las búsquedas de José Manuel Fors o Leandro Soto. Pretensiones que dialogan con Pero ya no estás, pieza de Alejandro Hernández a medio camino entre dibujo e instalación; pero en esta, la imagen que denota la ausencia, ese giño nostálgico desde un presente marcado a profundidad por las heridas del pasado, parece extrañar ciertas referencias. Quizá una simple descripción técnica en la ficha hubiese cambiado -o concretado- el sentido de la obra.
Independiente a estas propuestas, en Post It 6 se asoma una que otra también salvable: Otros mundos, videoinstalación de Talía Falcón y Beatriz Fernández, logra -a pesar de su evidente simplicidad discursiva- un universo de escape que convence desde la serenidad en la construcción plástica y el afán de sueños fabulados; o El orden de los factores…, de Alejandra Olivera y Manuel Lugo, que en la confluencia entre cerámica y pintura deconstruye la veracidad o la naturaleza del objeto histórico. Vale precisar que la pieza de Talía Falcón y Beatriz Fernández resulta la única incursión en el video que sale airosa. Porque Veleta -video en realidad virtual de Alex Freyre- poco explota las posibilidades interactivas del soporte, en una metáfora que termina por ser demasiado simplista; y el que acompaña a la serie fotográfica Tiempo muerto, de Liesther Amador, constituye un simple making off que peca por las mismas causas del producto que anuncia. Pareciera que el video comenzara a prefigurar estados.
El caso de la fotografía -del que ya es momento para hablar- puede funcionar como una de las deudas más significativas que se permite Post it 6 con el espectador. Tanto la serie Estigma, de Annaliet Concepción, como Sin título, de Ailen Maleta, trabajan en un sistema simbólico y de referencias que no llega a solidificarse del todo. Desarrollan un discurso que se mueve en la auto-aprehensión como ser social y desde la mirada reflexiva al propio cuerpo. Pero sus problematizaciones quedan solo en la enunciación y la imagen no logra la catarsis sensorial que pudiera esperarse. Quizás rozan demasiado lo evidente, incluso en la propia selección de encuadres y formato fuera preciso algún giro.
No obstante, el problema mayor comienza en la ya mencionada serie Tiempo muerto. A mi juicio, la propuesta gira hasta el cansancio en un bucle de indicios que se suman una y otra vez como tributo a un mismo significado. Como si la sola imagen de ese campesino inerte e inexpresivo no bastase para canalizar el impulso cuestionador, a esto se le agrega un video en el que cavan “su propia tumba”, en la que luego son captados semienterrados, y como último detalle algún fondo en que se enuncia le efigie de José Martí. Demasiadas palabras para hablar de sueños renunciados, demasiadas voces repitiendo lo mismo. Además, el propio campesino y su realidad resulta un camino demasiado trillado -pensemos en el mismo Korda o José A. Figueroa-, que aquí vuelve a tratarse de la misma manera, incluso sin la audacia de hacer del retrato el vehículo exclusivo de expresión. Es como revivir el pasado, pero desde memorias erradas, elementos implantados que para nada necesita.
Pero viene a ser Con las botas puestas, del joven Aldo Soler, la propuesta más polémica que se inserta en Post It 6. La serie ya ha causado cierto revuelo en los medios digitales, por lo que no hay mucho por decir. La intención, para nada, es hacer leña del árbol caído, pero hay cosas sobre las que debe hacerse énfasis. Con las botas puestas ejecuta una reescritura paródica de la historia fotográfica cubana a través de la supresión del protagonista -en imágenes icónicas de la épica como el Quijote de la farola o David y Goliat– y la inserción de un joven desnudo. El gesto, por si solo, no supera la semi-burla insustancial que se anima a ridiculizar desde el pasado proscrito. Quizás sus pretensiones fueran más ambiciosas, pero el resultado final no logra mucho más de lo antes dicho.
Independiente a sus posibilidades vistas en una lectura descontextualizada, el juego de Soler transita peligrosos caminos que sortean el préstamo o la apropiación y se acercan a una copia muy poco elaborada. Su proceder termina por guardar un parecido excesivo con la serie Un día feliz, de Reynier Leyva Novo. Y el problema no transcurre en el acto de compartir imaginarios -yo diría que referentes a intervenir- sino en la semejanza de la intervención a la que se somete la foto. Al Chino le basta con sustraer a la figura autoritaria, gestora del poder, mientras Soler elimina y agrega, sea quien sea el personaje principal. No creo tener un problema con la cita o la apropiación en tiempos postmodernos -o postfotográficos-, pero lo grave en la cuestión radica en el total desconocimiento de ese objeto previo -la obra del propio Chino- susceptible de ser deconstruido o invertido en cuanto a sentido. En otras palabras, aunque con casi el mismo proceder, ambas desarrollan discursos muy divergentes en cuanto a profundidad conceptual, sendero en el que Novo termina holgadamente airoso.
El mayor agravante, que se extiende a todos los errores de Post It 6, radica en cierta indulgencia por parte del jurado. Soy plenamente consciente de que en el arte joven cubano sobran las propuestas que desplazarían algunas de las incursiones más desalentadoras de la presente edición. Incluso, ¿no debiera reconocer el propio jurado las inobjetables cercanías entre Soler y Novo, o saber desestimar las piezas de menores aportes artísticos? En Post It continúa fallando algo referente a la aceptación, los tinos en la calidad de la exhibición final parecieran en exceso dispares: como si la oferta no fuese suficiente y hubiera que rellenar espacios, algo que no creo ocurra.
No considero a Post It 6 la peor de las experiencias, como si en ella el arte se lanzara cuesta abajo. Solo que es necesario enfatizar sobre los errores que se cometen en el certamen. Al final, la relación entre el arte y la crítica siempre se ha basado en la retroalimentación: ambos se construyen mutuamente. Y si en varias ocasiones se señalan las mismas faltas, quizás sea tiempo de aumentar el rigor en la selección. Ya va siendo hora de ver menos y mejor; en definitiva, ese es el objetivo de Post It como evento, premiar la calidad.