Flavia Valladares Más
Hoy asistimos a la tercera presentación de un número singular de la revista de artes visuales cubanas Artcrónica.[1] Es una edición especial e impresa del presente año 2019 que dedica sus páginas al análisis del quehacer escultórico en nuestro país. Bajo el título “De la escultura cubana: diálogos y reflexiones” compila un grupo de artículos de especialistas en la materia, que son complementados con los testimonios de artistas cubanos de diferentes generaciones y representativos de la manifestación. Aunque como expresan los coordinadores de este número temático –David Mateo y Tomás Lara– no se trata de un inventario de obras o creadores, sino de condensar los juicios de investigadores y artistas sobre el desarrollo de la manifestación.
De esta manera, la presente edición especial de Artcrónica mantiene la estructura reflejada en números anteriores (ediciones digitales): en un primer momento, artículos; y en un segundo instante, entrevistas, que aportan al lector una diversidad de criterios en torno a los derroteros estético-conceptuales –en este caso– del devenir del arte escultórico nacional. Las nociones abordadas a lo largo del ejemplar sugieren un concepto amplio y abarcador de la escultura o lo escultórico: desde su vertiente monumentaria y ambiental hasta la llamada escultura de salón y, también, las prácticas escultóricas contemporáneas, como denomina a las vertientes más actuales la profesora Hilda María Rodríguez. Asistimos, entonces, a un extenso viaje a lo largo del arte cubano y que abarca un extenso período de producción escultórica, aunque con énfasis en la etapa posterior al triunfo revolucionario.
En primera instancia debo destacar que la revista constituye una plataforma de socialización de parte del corpus investigativo del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Habana: a la vez que es posible gracias a él. Un botón de muestra de una tradición de alrededor de 30 tesis –licenciatura, maestría y doctorado– que desde diversas perspectivas han abordado el quehacer escultórico.[2] Dicha tradición es heredera de la obra de los Doctores Luis de Soto y Rosario Novoa, fundadores de nuestro Departamento y quienes desde la primera mitad del siglo XX se acercaron al estudio de la escultura cubana. En ese sentido recuérdese la conferencia que luego fuera publicada: La escultura en Cuba (1927) del Dr. Luis de Soto.
A ello debo agregar la medular importancia de la encomiable labor de la propia profesora María de los Ángeles Pereira en el estudio de la escultura cubana y caribeña, algo que se constata en sus investigaciones, numerosos artículos, así como en su rol de tutora de varias generaciones de historiadores del arte que se han interesado en la manifestación. Sabemos que muchos de los resultados que se han obtenido en la materia han sido consecuentes con el impulso de la querida profesora y, además, gracias a su profundo conocimiento, su rigor investigativo y docente, su capacidad de convidar a los estudiantes al estudio del tema. Y por supuesto, a la retribución de disímiles educandos que la han acompañado en el afanoso empeño de justipreciar el desarrollo escultórico de nuestro país a través de investigaciones de pregrado y posgrado.
Algunos de ellos han abordado el tópico en sus Tesis, como la profesora Mei-Ling Cabrera –de Diploma: “Catálogo de escultores cubanos”; de Maestría: “La escultura cubana de salón en la década del sesenta: una revisitación necesaria”; de Doctorado, más recientemente: “La escultura cubana de salón en los años sesenta y setenta”–, así como otros jóvenes historiadores del arte: la Lic. Raquel Cruz con “Escultura cubana contemporánea 1983-2013. De lo escultórico en adelante: sobre las pistas de los ensanchamientos”, la Lic. Nayr López con “Santa Palabra o la osadía de esculpir el verbo” o el estudiante de quinto año, José Alberto Fernández, con el tema de la escultura ambiental en La Habana en los últimos quince años.
Este caudal científico del que se hace eco este número impreso de la revista Artcrónica, a través de tres importantes voces con respecto al tema en cuestión, como son las de las profesoras María de los Ángeles Pereira, Mei-Ling Cabrera e Hilda María Rodríguez, se ha revertido fecundamente, a través de los años, en la docencia de la carrera de Historia del Arte. En este punto sé que los aquí presentes estarán de acuerdo conmigo, especialmente, los estudiantes y egresados de la carrera. Además de que no les resultarán del todo ajenas las ideas que comentaré a continuación.
Precisamente el texto “La escultura monumentaria y ambiental en Cuba: repaso y vindicación”, de María de los Ángeles Pereira, inaugura la revista y es una excelente síntesis de los numerosos estudios que, sobre la manifestación, ha realizado la Doctora. Por ello sugiero al lector atender a las notas al pie, en las que se nos remite a otros textos de la autora en aras de que se profundice sobre algunos aspectos –datos histórico-culturales o las enjundiosas valoraciones de piezas a las que nos tiene acostumbrados– pues esta vez solo quedan apuntados.
Aunque son abordadas algunas características de la producción escultórica en la primera mitad del siglo XX, con la alusión a la impronta de figuras italianas y la presencia de importantes figuras cubanas que tuvieron resultados artísticos de gran relevancia, se hace énfasis en la producción posterior al triunfo revolucionario. Como menciona la autora, este hecho marcó la génesis de un período signado por características muy particulares que influyeron en el desenvolvimiento de la cultura artística. Es así que se profundiza en la escultura conmemorativa, la cual tuvo una marcada presencia asociada a la comitencia del Estado. Son destacados aquellos ejemplos que demostraron una renovación desde el punto de vista estético-formal y que manifestaron una “audacia interpretativa” de temas asociados a la Historia Patria y emularon con los lenguajes más contemporáneos.
La modernidad de los lenguajes que superaron los manidos esquemas de la estatuaria tradicional, el acierto en el emplazamiento, el respeto por los principios de armonización visual, así como la necesaria transdisciplinariedad que caracterizó a grupos de arquitectos y escultores –fundamentalmente a los primeros– al emprender los proyectos escultóricos. Son ideas que quedan asentadas a lo largo de la lectura. También reciben especial mención y análisis los Encuentros de escultores –desarrollados en la segunda mitad de la década del setenta–, la labor del Consejo Asesor Nacional para la Escultura Monumentaria y Ambiental (CODEMA) y sus innumerables avatares, así como el desarrollo de los simposios de Escultura, para de esta forma entrelazar eventos, instituciones y obras: todos signaron el proceso de la escultura ambiental desde los años setenta hasta los dos mil.
Por su parte, “La escultura de los sesenta: sus contribuciones a los procesos de ensanchamiento en el arte cubano”, de Mei-Ling Cabrera Pérez, nos acerca a otra apretada síntesis sobre las principales contribuciones de la escultura de salón de los años sesenta a través de los ensanchamientos y las renovaciones ideo-estéticas de las prácticas de los años 80, al situarlas como precursoras de las mismas. Entonces, son estudiadas las aportaciones de artistas como Antonia Eiriz, Reinaldo González Fonticiella, Agustín Drake, Orfilio Urquiola, Osneldo García, Sergio Martínez y Tomás Oliva, en estrecha relación con creadores de décadas posteriores, como Juan Francisco Elso Padilla, Alejandro Aguilera, Flavio Garciandía y Tomás Esson. Estos análisis, que buscan las conexiones entre ambas generaciones, insisten en aspectos como los cambios morfológicos y las técnicas escultóricas; el uso de materiales ajenos al campo del arte (al menos hasta ese momento); la subversión de los modos de emplazamiento de las piezas, así como los modos de interpretación de la identidad nacional; la valoración de la cultura popular; el erotismo; la desacralización de la iconografía heroica; la crítica a la sociedad y a la condición humana.
Por último, el texto “Movilidades rizomáticas en las prácticas escultóricas contemporáneas cubanas”, de Hilda María Rodríguez Enríquez, hace alusión a ese campo escultórico expandido, en el que se desdibujan las manifestaciones del arte y donde la tridimensionalidad de las obras y el despliegue de las mismas en el espacio pareciesen ser características distintivas. A partir de las nociones brindadas por Rosalind Krauss en su texto “La escultura en el campo expandido”, la autora enfatiza el modo en que la producción escultórica amplía considerablemente sus recursos expresivos y elementos que la validan al incorporar medios no tradicionales. O al hibridarse con otras manifestaciones. Se revisitan conceptos, nociones con respecto al arte contemporáneo; en especial, el instalacionismo y lo escultórico, que son cabalmente analizados a la luz de las producciones de creadores como Kcho, Esterio Segura, Guillermo Ramírez Malberti, Los Carpinteros, Yoan e Iván Capote, Rafael Villares, entre otros. Por otro lado, la autora destaca como arista de las prácticas escultóricas a aquella producción de pintores que incursionan en la escultura cual extensión de su pintura y que, con aciertos y desaciertos, también engrosan el desarrollo escultórico actual.
No me alcanzaría el tiempo de la presentación para expresar todos los criterios emanados de las entrevistas a especialistas –Margarita Ruiz– y creadores –José Villa, Tomás Lara, Alberto Lescay, Juan Quintanilla, Rafael Consuegra, Caridad Ramos, Esterio Segura, Eliseo Valdés, Guillermo Ramírez Malberti, Tomás Núñez, Florencio Gelabert, Ángel Ricardo Ríos, Rafael San Juan Miranda, Rafael Villares, Gabriel Cisneros, Tamara Campo, Adonis Flores, Hander Lara y Adrián Fernández–, mas intentaré sintetizar algunas de las problemáticas reveladas en las preguntas y respuestas: el papel de la crítica de arte y su acompañamiento al arte escultórico; la diversidad de nomenclaturas con que se asumen los conceptos de escultura –pública, conmemorativa, ambiental o de gran formato–; los avatares de la producción y el acceso a los materiales; el necesario re-empoderamiento de CODEMA; los modos en los que la escultura se inserta en el contexto mayor de las artes visuales cubanas y en el mercado. Más allá de estas ideas, tales testimonios constituyen una fehaciente demostración de la pluralidad que caracteriza a las prácticas escultóricas contemporáneas de nuestro país –no solo en sus derroteros morfológicos, sino también en sus presupuestos conceptuales–, aun cuando no están presentes todos sus exponentes. Estos criterios pudieran constituir fuente nutricia de nuevos campos de interés investigativo.
Por todas estas razones, la presente edición impresa de Artcrónica se nos revela como una compilación de enorme utilidad por el profundo material investigativo, testimonial, así como –y también subrayo esta idea– por la calidad del material visual desplegado en sus páginas, es decir, por la excelente selección de imágenes de obras representativas aludidas a lo largo de sus más de 90 páginas y que las acompañan fecundamente y corroboran los criterios de los especialistas y creadores. Todo ello, la convierte, sin dudas, en una necesaria lectura para los estudios contemporáneos, no solo del arte escultórico sino del arte cubano en general.
La Habana, noviembre de 2019
(Texto que con el título “Presentación de la edición especial del año 2019 de la revista Artcrónica: ‘De la escultura cubana: diálogos y reflexiones’” fuera leído en la Facultad de Artes y Letras por Flavia Valladares Más, profesora del Departamento de Historia del Arte de la Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana).
- A cargo de la profesora Flavia Valladares Más, esta tercera tuvo lugar el 12 de noviembre de 2019 en la Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana. Las dos anteriores presentaciones fueron en el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, y en la sede de la UNEAC, Santiago de Cuba. [Nota de los editores]. ↑
- Este dato lo tomo de la recién defendida Tesis de Diploma: “Santa Palabra o la osadía de esculpir el verbo” (2019), de la Lic. Nayr López, con la tutoría de la Dra. María de los Ángeles Pereira. ↑