Eduardo Luis Rodríguez
“Queda la arquitectura, que no miente,
como la gran sugeridora…”.
Calvert Casey
Pasado vs. presente
El patrimonio arquitectónico cubano se asienta sobre cuatro siglos de dominio colonial español, casi sesenta años de vida republicana y dos décadas de actuar revolucionario. Durante la mayor parte del siglo XX, la diversidad de influencias, conceptos y soluciones fue la esencia de la creación de un ámbito espacial singular que complementa y da continuidad, en cuanto a valores ambientales, a lo hecho durante la etapa de la Colonia.
La secuencia de estilos que determinó la personalidad de las ciudades cubanas incluye el pre-barroco de ascendencia mudéjar, el sobrio y atrayente barroco del siglo XVIII; el elegante y digno neoclasicismo del XIX y el majestuoso eclecticismo empleado con maestría en las tres primeras décadas del XX, con un desarrollo paralelo de la corriente cubana del Art Nouveau. Las décadas siguientes aportaron logros muy significativos con la incorporación de obras del Art Déco y del Movimiento Moderno (Fig. 1), las que hoy también forman parte importante del patrimonio construido en Cuba. Luego del triunfo revolucionario de 1959, en la década de los sesenta se emprendieron grandes planes de construcciones sociales y se obtuvieron logros arquitectónicos extraordinarios en programas tales como la educación (Fig. 2), la cultura, el deporte, el turismo y los servicios recreativos y gastronómicos (Fig. 3), entre otros. Ya en los setenta era mucho menor el número de obras a destacar como verdaderos logros del diseño arquitectónico cubano, y puede considerarse esa década como el cierre cronológico no solo del Movimiento Moderno en el país, sino también de la espiral ascendente de la arquitectura cubana.
A partir de entonces se cayó en un impasse del que todavía no se ha salido y que, salvo por un grupo de excepciones notables, se ha caracterizado por la mediocridad en la proyección arquitectónica y urbana y por el deterioro acelerado de las ciudades, a pesar de significativos esfuerzos y algunos logros de individuos e instituciones que han emprendido batallas poco menos que quijotescas para preservar el patrimonio y elevar el nivel de diseño de las nuevas obras. En la actualidad, mucho se construye pero muy poco se divulga, por lo que se desconoce si en polos de actividad constructiva casi frenética para el turismo internacional, como Varadero o los cayos del litoral norte de Ciego de Ávila, o en complejos educacionales como la Universidad de Ciencias Informáticas –todos enclaves de difícil acceso– se han edificado ejemplos que merezcan el calificativo de arte arquitectónico. Quizás el último gran ejemplo de arquitectura cubana reconocido a nivel internacional es la Terminal de Ferrocarriles de Santiago de Cuba (Fig. 4), la cual resultó finalista del prestigioso Premio Mies van der Rohe de Arquitectura Latinoamericana en 1998. Otras significativas obras han sido construidas antes y después, hasta en fechas recientes, pero se trata de excepciones que definen la presencia en el país de una especie de “arquitectura espasmódica” que aparece y desaparece intermitentemente, lo que expresa una dependencia no tanto del talento local como de las circunstancias que rodean, constriñen y ahogan los procesos de creación arquitectónica.

Figura 1. Salón Arcos de Cristal del cabaret Tropicana, La Habana, 1951, arquitecto Max Borges Recio. (Foto de Eduardo Luis Rodríguez).
La alta calidad de la arquitectura cubana erigida durante casi cinco siglos plantea hoy dos desafíos esenciales. El primero es la preservación de tanta riqueza patrimonial acumulada a lo largo y ancho del país. Se trata de una tarea imperativa que, aunque comenzada décadas atrás, necesita aun recorrer un largo camino para poder ser calificada, a conciencia, como abarcadora y exitosa. Ese camino deberá incluir la rectificación de políticas tales como limitar las acciones de restauración a los llamados centros históricos y, por mayoría abrumadora, a la arquitectura colonial. El patrimonio del siglo XX es tan rico –o más– que el que le precedió y está en mayor peligro de sufrir agresiones y pérdidas.
El segundo desafío parecería menos difícil de responder, pero la realidad visible evidencia que no ha sido así. Se trata de producir una continuidad entre los logros de diseño de la arquitectura pasada y la presente. Lamentablemente los actuales ejemplos a destacar –que se pueden mencionar– son aislados, puntuales, y no llegan a conformar un cuerpo consistente y extenso que pueda tomarse como indicador de la existencia de una arquitectura cubana contemporánea. En ninguna ciudad del país puede señalarse una zona de nueva edificación en la que se haya logrado un desarrollo arquitectónico y urbano de excelencia que, con el paso del tiempo, pueda pasar a ser considerado parte del patrimonio cubano. En el tema de la vivienda, tan urgente y polémico, lo hecho, en general, cumple al mínimo el requerimiento de proteger contra la intemperie, pero no supera la satisfacción de las necesidades más básicas.
Más que reflexionar sobre las causas que han conducido a esta situación y que dominan el panorama del ejercicio de la profesión, creo conveniente enunciar algunas acciones necesarias para el renacimiento de la arquitectura cubana.
Decálogo para una nueva arquitectura
1. Debe recuperarse la noción de que la arquitectura va más allá de la construcción: es arte. La primera necesita de la segunda, pero se eleva sobre ella. Ambas pueden coexistir, pero no deben confundirse. Al decir del eminente historiador inglés Nikolaus Pevsner: “Casi todo lo que contiene un espacio de escala suficiente para que el hombre se mueva en su interior es construcción, mientras el término arquitectura se aplica exclusivamente a edificios proyectados con el propósito de suscitar una emoción estética”. Como todo arte, la arquitectura no solo es necesaria, sino imprescindible. Su influencia en la vida es innegable. De nuevo, Pevsner afirma: “No podemos escapar de los edificios y de los efectos sutiles pero penetrantes de su carácter, sea este noble o mezquino, contenido u ostentoso, genuino o prostituido…”. La arquitectura es cultura, y ella y sus practicantes deberían recibir el mismo trato del que disfrutan otras manifestaciones artísticas y sus creadores. Este reconocimiento no debe obviar aspectos intangibles de enorme valor en toda actividad creadora, como el talento, la educación y la experiencia. No se trata, como se dice popularmente, de “ponerle estética a la cosa”, lo que se ha traducido en esa otra pandemia de balaústres barrigones de pretendida ascendencia ecléctica, o en la práctica de importar aberraciones seudo-artísticas extraídas de lo peor de algunas sociedades adyacentes a la nuestra. Tal proceder equivale a lo que la artesanía de pobre gusto es en relación con las artes plásticas: un patético sucedáneo. Esto indica que no se trata tanto de limitaciones económicas como mentales, culturales y de procedimiento. Conviene recordar aquí, con Le Corbusier, que la arquitectura es “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”. Ni más, ni menos.

Figura 2. Escuela Nacional de Artes Plásticas, La Habana, 1961-1965, arquitecto Ricardo Porro. (Foto de Eduardo Luis Rodríguez).
2. Debe eliminarse el monopolio sobre la realización de proyectos arquitectónicos ejercido a nivel institucional. De la misma manera que se les permite a otros graduados universitarios de carreras con una fuerte componente creativa y artística, entre ellos diseñadores y cineastas, el ejercicio individual de las profesiones para las cuales se prepararon, los arquitectos deben gozar de la oportunidad de aportar individualmente sus conocimientos al desarrollo del país y en favor de su realización personal. Poder contar con tanta inteligencia, que hoy se frustra y se pierde, contribuiría a la mejora de las ciudades cubanas. En ellas es casi invisible el enorme caudal de talento joven que existe y que lucha por practicar, aunque sea, una especie de “arquitectura delincuente” –ejercida a escondidas– que les permita desatar sus inquietudes creativas.
3. Los arquitectos cubanos residentes en el país deben ser protegidos por encima de los extranjeros. Deben tener, por derecho propio, acceso a las mismas oportunidades de realizar proyectos de que gozan algunas compañías foráneas. No se trata de eliminar la posibilidad de que proyectistas de otros países diseñen y construyan en Cuba –aunque, salvo excepciones, debería velarse más por atraer a los mejores arquitectos. Se trata, en esencia, de defender a los nacionales. Si en el deporte, la ciencia o la música el país confía en los protagonistas cubanos y no contrata extranjeros, ¿por qué debe hacerlo en la arquitectura? ¿No existe en este campo el talento suficiente? ¿Han tenido los arquitectos cubanos contemporáneos la oportunidad de demostrar sus capacidades?

Figura 3. Restaurante Las Ruinas, La Habana, 1969-1972, arquitecto Joaquín Galván. (Foto de Eduardo Luis Rodríguez).
4. La educación arquitectónica debe diversificarse y expandirse. En La Habana, en particular, sería conveniente la creación de otra escuela de arquitectura, ubicada céntricamente, que aportara un enfoque de la profesión diferente, alternativo, de manera que pudiera satisfacer otras necesidades e inquietudes. De forma hipotética, si una estuviese más interesada en la vanguardia, la otra podría estarlo en la tradición. La capital de Cuba, en los años 50, era sede de dos escuelas, la de la Universidad de La Habana y la de la Universidad Católica de Santo Tomás de Villanueva, ambas con excelentes claustros de profesores (la primera incluía, por ejemplo, a Joaquín Weiss y Antonio Quintana; la segunda, a Eugenio Batista y Manuel Gutiérrez). Hoy, al contrario de la Facultad de Arquitectura localizada en la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría (CUJAE), la ubicación céntrica de una nueva escuela facilitaría la contratación de los mejores profesionales como profesores y garantizaría su permanencia, de manera que no se tendría que recurrir a la riesgosa práctica de contratar recién graduados, quizás brillantes como estudiantes pero sin ninguna experiencia profesional que compartir, para suplir las vacantes docentes existentes. Por demás, el impacto de la escuela en la vida cultural de la ciudad se haría sentir y, tanto profesores como estudiantes, se beneficiarían del acceso fácil a actividades y eventos culturales y de otra índole: como sucedió desde su creación hasta 1964, cuando se encontraba en la Colina Universitaria, o como sucede hoy respecto al Instituto Superior de Diseño (ISDi), institución que goza de muy buena ubicación y hacia la que emigró, al ser creada en 1984, un importante grupo de profesores que antes enseñaba en la Facultad de Arquitectura de la CUJAE.

Figura 4. Terminal de Ferrocarriles, Santiago de Cuba, 1988-1997, arquitecto José Antonio Choy y equipo. (Foto de Eduardo Luis Rodríguez).
5. Como en otros países, debe establecerse como obligatoria la celebración de concursos abiertos y públicos, cuando se trata de obras estatales o incluso de aquellas financiadas por compañías extranjeras. Todos los arquitectos del país, por el derecho que les asiste al ser ciudadanos cubanos con un título profesional en este campo, deberían poder aspirar a proyectar y construir todo tipo de obra –grande o pequeña– en cualquier programa. Los concursos pueden no ser perfectos y mucho dependen de la honestidad de los jurados, pero mientras no exista otra variante, siguen siendo la mejor forma de obtener óptimos resultados de diseño. Muchas de las más destacadas obras de la arquitectura cubana se lograron gracias a concursos, como el edificio del Seguro Médico (Fig. 5).
6. No se concibe la existencia de un buen arquitecto sin que tenga acceso fácil a una extensa y actualizada biblioteca de arquitectura (también de otras materias), sea personal o pública. Desde hace muchos años las condiciones del país no permiten la adquisición fácil y regular de publicaciones. Además, no existen editoriales especializadas en el tema con una subvención estatal que les permita establecer un plan de publicaciones con objetivos culturales y educativos, no comerciales. Los libros de arquitectura son caros. ¿Cuántos alumnos y profesionales cubanos pueden gastar casi el equivalente de un salario mensual para adquirir, en el extranjero o en Cuba, algún ejemplar evidentemente necesario? Es perentoria la creación de una biblioteca especializada en arquitectura y actualizada, y de una editorial que pueda publicar y comercializar –en moneda nacional y a precios asequibles– tanta investigación valiosa de autores cubanos que permanece engavetada, mientras autores extranjeros publican en Europa y Estados Unidos volúmenes sobre arquitectura cubana plagados de errores, los cuales con frecuencia incluyen información usurpada a los autores nacionales, sin permiso y sin ni siquiera mencionar el correspondiente crédito. Es, además, necesario, imprescindible, devolverle la voz a los profesionales cubanos mediante el rescate de la revista Arquitectura-Cuba, cuyo último número publicado (el 380) data de doce años atrás, a pesar de ser reclamada con vehemencia tanto en Cuba como en el extranjero, y de haber recibido importantes reconocimientos en la Bienal Panamericana de Quito y en la Bienal Mundial de Venecia.

Figura 5. Edificio del Seguro Médico, La Habana, 1956-1958, arquitecto Antonio Quintana (Quintana, Rubio y Pérez Beato). (Foto de Eduardo Luis Rodríguez).
7. Si se quiere tener una arquitectura de calidad y ciudades que realmente merezcan el calificativo de “maravilla”, es imprescindible el respeto pleno de las regulaciones urbanísticas vigentes y el ejercicio a conciencia del control urbano. Ni actores privados ni actores estatales deberían estar por encima de las leyes aprobadas por el Estado. Mientras estén vigentes deben ser cumplidas y no debe justificarse ninguna violación con el criterio, ya sea personal o generalizado, de que son obsoletas. Si lo llegaran a ser, no deberían ser violadas sino estudiadas y actualizadas mediante un proceso colectivo e incluyente. Toda violación crea precedentes indeseables y conduce al caos, la desconfianza en las instituciones y la pérdida de prestigio. Es necesaria, entonces, la actuación recta y sabia de funcionarios cultos y educados en todas las cuestiones del proceder arquitectónico y urbano y que, a su vez, sean remunerados en concordancia con la importancia de su labor, lo que estimularía la rectitud de su actuar y evitaría tentaciones indeseables. Debe enraizarse en la población, los organismos e instituciones estatales y los inversionistas extranjeros, que no saber que hay que pedir licencia, no puede ser excusa para condonar una violación. Y, además, el hecho de que una obra mala o mal ubicada haya comenzado a ser construida sin haber sido aprobada a todos los niveles establecidos, no puede ser premiada con el otorgamiento de una licencia. La situación económica, ya sea personal o colectiva, no debe usarse como excusa y sustento de un mal proceder. ¿Qué sería de nuestras ciudades si se aceptara lo contrario?
8. Como arte al fin, la arquitectura debe poder beneficiarse del apoyo inteligente de una crítica arquitectónica especializada. Si Juan Marinello se refirió en el pasado al “estado indigente de la crítica”, hoy podemos hablar del estado de coma de la crítica arquitectónica. Salvo excepciones, muy poca crítica llega a divulgarse en forma impresa, a pesar de que se critica en privado tanto el estado de las ciudades como la invisibilidad de una arquitectura reciente. El filósofo alemán Emmanuel Kant definió la crítica como “aquella cualidad de la vida sin la cual la vida es imposible”. Así lo es a nivel biológico, a nivel social y también a nivel cultural, intelectual. Sin crítica artística no puede existir un arte vital, de vanguardia, que avance el estado de cualquier manifestación. Ella debe ser ejercida con respeto y profesionalidad. Nuestro Martí sentenció: “Para mí, la crítica no ha sido nunca más que el mero ejercicio del criterio (…) De mí, no pongo más que mi amor a la expansión—y mi horror al encarcelamiento—del espíritu humano (…) No hay tormento mayor que escribir contra el alma, o sin ella”.
9. Dada la relevancia artística y el interés local e internacional que disfrutan la arquitectura y las ciudades cubanas, es incomprensible que existan en el país museos de casi todo lo imaginable –incluyendo uno de naipes, actividad de poca relevancia cultural en la Cuba de hoy– y que no tengamos ningún Museo de la Arquitectura y el Urbanismo Cubanos, que abarque hasta el siglo XX. Tal institución debe crearse sin dilación, como un centro dinámico dedicado a estudiar, divulgar y mostrar tanto lo mejor de nuestro patrimonio como lo mejor de la cultura arquitectónica de otros países. Igualmente, debe fomentarse mucho más la realización de exposiciones, ya sea de arquitectura histórica como actual, nacional como extranjera, en galerías que ofrezcan óptimas condiciones para ello.
10. Es imperativa la recuperación de la Bienal Internacional de Arquitectura de La Habana, la cual luego de tres ediciones fue suprimida sin explicación alguna. La Bienal había sido ideada por el destacado galerista francés Enrico Navarra, quien ofreció financiar casi por completo la primera edición, con la intención de realizarla por todo lo alto para atraer un interés internacional, que se mantendría en las subsiguientes. A tal fin, un equipo de arquitectos cubanos sostuvo entrevistas en 2001 con profesionales tan notables como el crítico Pierre Restany y los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti, Mario Botta, Jean Nouvel, Christian de Portzamparc, Massimiliano Fuksas, Odile Decq, Rudy Ricciotti y otros, los cuales aceptaron participar y enviar exposiciones de sus obras y proyectos. Luego sucedió el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y la situación mental y económica internacional aconsejaba posponer un año el evento. No obstante, la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC), la cual había sido encargada de la organización, decidió proseguir con ella a pesar del retiro del financiamiento con que se contaba. La primera se realizó en 2002 y las siguientes en 2004 y 2006. Ninguna de ellas alcanzó la magnitud que reclamaba el concepto inicial; no obstante, las tres tuvieron cierta repercusión y sirvieron para intercambiar conocimientos a un alto nivel y para mostrar exposiciones de gran interés. El esfuerzo organizativo de la OHC fue enorme y fructificó en la creación de un ambiente a la vez festivo y didáctico por una semana en cada edición. No conozco con certeza las causas que llevaron a que la Bienal del 2006 fuera la última. Pero no existen dudas de la conveniencia económica, pero sobre todo cultural, de resucitar la que fue, por seis años, la reunión arquitectónica más importante celebrada en Cuba.
A los diez puntos anteriores se podrían añadir más, y mucho referido a la protección de la arquitectura del siglo XX. Pero en definitiva, lo que debe comprenderse, interiorizarse y ponerse en práctica es que existe un solo modo válido de usar la arquitectura: considerarla como arte. Todo lo demás viene aparejado y como complemento natural de ese primer corolario. Si se cumplen algunos de los puntos mencionados pero se ignoran otros, el resultado será deficiente. La idea es lograr un estado de la práctica arquitectónica similar al que se sabe que funcionó antes de la llegada de la crisis actual.
Coda
Es importante proteger y restaurar el patrimonio arquitectónico. Pero lo es, aun más, ejercer nuestra profesión con un comportamiento ético y moral, basado en principios de decencia y buena voluntad, los cuales, si no se atienden, se deterioran y colapsan como los edificios.
Desde el futuro
En un futuro imaginado sin cambios en el panorama arquitectónico de hoy, solo como continuidad del presente, quien pose la mirada sobre Cuba en el siglo XXII podrá admirar su música, su pintura, su ballet y otras manifestaciones artísticas de todos los períodos de la historia nacional. En cuanto a la arquitectura y las ciudades, podrá disfrutar de la excelencia de lo hecho durante la Colonia y de la rica y atrayente variedad de lo logrado durante la República; admirará, con asombro, tanta obra valiosa erigida en los años sesenta e, incluso, algunas de los setenta. Buscará con afán lo mejor de las décadas siguientes y lo que hallará será poco, muy poco, en comparación con la magnitud y la calidad de lo logrado con anterioridad. Se hará preguntas, reflexionará y concluirá que los cubanos del siglo XXI decidimos salvar solamente pequeñas porciones de nuestros centros históricos y vivir sin arquitectura contemporánea.
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El título de mi artículo es una alusión a una de las grandes novelas del siglo XX, La vie: mode d’emploi, en la que su autor, Georges Perec, retira imaginariamente la fachada de un edificio de apartamentos y reflexiona sobre lo que queda a la vista en cada uno de ellos, incluidas las vidas de sus residentes presentes y pasados. Se trata de un ejercicio similar al de retirar el velo que oculta hoy aspectos claves de la situación arquitectónica cubana, para así exponerlos y analizarlos, dada la importancia ineludible de la arquitectura en la vida cultural de la nación. También, de manera obvia, el título alude a los frascos de medicina que incluyen en la etiqueta, bajo el rótulo “Modo de empleo”, la explicación de cómo usar el medicamento con efectividad. En mi texto la explicación se refiere a la arquitectura, la cual, como todo arte, puede curar y sanar, pero si se usa correctamente. Como afirmaba Le Corbusier, ella es “una pura creación del espíritu…, un fenómeno de emociones que queda fuera y más allá de las cuestiones constructivas. El propósito de la construcción es mantener los materiales juntos, y el de la arquitectura, deleitarnos”.