Lázara Menéndez
En medio de una ciudad, menos iluminada que lo deseado, podemos descubrir otras luces: las del acto creador realizado por sujetos inesperados. Ese sitio es Riera Studio; un lugar pequeño, muy alejado de la monumentalidad del Museo de Arte Universal y a poca distancia del grandioso complejo Plaza de la Revolución. En esa pequeña casa hay mucha luz. Allí topamos con los gestores de un proyecto de Art Brut, que reúne obras y artistas de toda la Isla, para invitarnos a pensar que pueden quedar gigantes en la tierra o héroes como los citados en el Libro de los linajes, de Chilam Balam. En la mitología americana abundan esos gigantes industriosos que, al decir de Alejo Carpentier, van una y otra vez en pos de una quimera. Un visitante curioso puede encontrarlos en Riera Studio. El recorrido por la pequeña instalación, a escala de una íntima juguetería, constituye una experiencia fantástica. A mitad del camino empiezan la reflexión, los recuerdos y las emociones.
Lausanne en la memoria. Sale del recuerdo la visita al museo de Art Brut de aquella ciudad: ese fue mi primer contacto con unas obras que habían entusiasmado al pintor Jean Dubuffet. Y provocaron en mí una suerte de tormenta de ideas al entrar en contacto con un “arte otro”. Entre los años 40 y los 90 del siglo pasado no solo llovió y nevó mucho, sino que fueron apareciendo otras denominaciones para los que estaban fuera del sistema arte.
Art Brut, Outsider Art, Arte marginal, Prison Art, Naifs, Autodidactas, Desadaptados, Singuliers, Arte Visionario, Espiritista, Mediunímico, han sido denominaciones otorgadas a diversas prácticas que se han mantenido, parcial o totalmente, ajenas a las normas estético-artísticas aceptadas y reconocidas como válidas. Son realizadas por personas que viven al margen del arte “profesional”, “oficial”, legitimado en el ámbito de la cultura visual. Y en muchos casos están muy distanciados de la propia cultura, aun cuando signos de esta puedan reconocerse en sus actuaciones y objetivaciones.
En esa época ya sabíamos la importancia del acto de conferir un nombre a una práctica y que puede estar vinculado a la necesidad de otorgar identidades, al descubrimiento de nuevas o diferentes cosmovisiones, al realizar nuevas lecturas de las realidades presentadas. Y también cierta necesidad de construir discursos historicistas o totalizadores. La construcción de los discursos destinados a validar prácticas artísticas paralelas a los espacios oficiales del arte, por una parte, son modos de aceptar la diversidad y por otro, aunque pueda resultar muy paradójico, son formas de refrendar la autoridad emanada desde una sociedad que ordena y prohíbe, según los ideales estético/artísticos reconocidos como oficiales y refrendados desde la historia del arte.
El reconocimiento de construcciones culturales paralelas implica la existencia de una mirada ajena a ellas, que observa, analiza, compara, valora y propone aceptarlo o no como un referente valioso y pertinente. El proceso de jerarquización-desjerarquización de las artes y la evolución del pensamiento científico-crítico han corrido en paralelo a la comprensión de aquellos territorios que escapan a las normas legitimadas en determinadas circunstancias y contextos histórico-culturales. Ello ha favorecido y fomentado la reflexión no solo hacia la locura como un espacio creativo –abierto desde el siglo XIX, en el que la visión romántica desarrolló y provocó especulaciones diversas de texturas yuxtapuestas– sino hacia la necesidad de asumir nuevos lenguajes. Y no menos significativo: la recolocación del “otro desubicado”. ¡¿Otro?! ¡¿Desubicado?!
La propuesta de la riqueza científica y artística del Art Brut ha estado encabalgada entre la mirada de la psiquiatría y la estética. Igual el arte tradicional o primitivo lo estuvo entre la antropología y lo estético-artístico. El reconocimiento del acto de creación asociado a personas con discapacidades intelectuales, o sujetas a diversos modos de aislamiento, se ha avizorado desde los dos enfoques. Los especialistas pertenecientes a esos ámbitos no han temido, ni temen, desmontar y revisar los aparatos críticos que históricamente han servido para validar lo que es o no artístico y lograr que el Art Brut deje de ser la cara oculta, oscura de la tradición artística establecida, para ser hoy objeto de un creciente interés. Y gozar de reconocimiento con legítimo derecho. Ya no son tan outsiders, están siendo convertidos en insiders, con todos los riesgos que entraña.
La Habana… en la experiencia. En Cuba hablar hoy de Art Brut remite de inmediato a Samuel Riera, Derbis Campos y un pequeño grupo de buenos colaboradores que se han dedicado por más de 10 años a localizar, preservar y exhibir las piezas identificadas dentro de esta conceptualización artística. Entre sus propósitos se destaca el de ofrecer una mirada más espiritual para aquellos creadores cuyas obras se abren a una profundidad atrayente, que la claridad de la conciencia no siempre alcanza.
Riera Studio, a unos pasos del Estadio Latinoamericano y a otros de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, vive la aventura de la contemporaneidad y de ser termómetro de sensibilidades. En el pequeño espacio de la casa de Samuel Riera, convertida en área de exhibición, el público se enfrenta a obras que pueden palpar dotes reales y carentes del entrenamiento que se obtiene tras años de estudio en academias. El lugar no está concebido como un templo para guardar exotismos cotidianos. Es un espacio de interrelación, socialización, reflexión y encuentro con la creación sin fronteras desasida de las mil tiranías diarias que nos subyugan. Muchas de las piezas nos permiten bucear en los ensueños, volar a otros mundos o lidiar con el impudor.
Los creadores de estas piezas, como en otras partes del mundo, no buscan hacer de ellas objetos únicos ni excluyentes, aunque de hecho lo sean. Cada autor tiene su propio lenguaje, libre de cualquier entumecimiento emocional y condicionado por las normas académicas, educativas, sociales, que pueden separar a las personas entre sí, de su comunidad y de su propio yo profundo. El aislamiento, el confinamiento, la exclusión, son nociones que transversalizan –de modo diferente– las vidas de los individuos agrupados bajo la noción de Art Brut. La poesía, la ensoñación, el diálogo con el espectador no tiene precio para estos creadores.
Los artistas no buscan un ideal de belleza y el silencio de las formas se hace prodigiosamente perturbador. Para ellos no es significativo que en las piezas puedan identificarse algunas reglas, pues no están instrumentalizadas en forma de cultura. El valor artístico y económico de los objetos carece de sentido, porque les es ajena la idea del destinatario y, por lo general, no esperan reconocimiento social. Quizás, por ello, podemos agradecer una suerte de oposición a lo convencional, capaz de embriagarnos cuando sentimos que procede y se desplaza hacia lo incognoscible.
Las personas que integran el catálogo de Riera Studio entregan libremente sus sentimientos, emociones, sueños, visiones de la realidad, y en ningún momento Samuel o Derbis buscan controlar las agitaciones, ni cegar las imágenes repetitivas según el orden establecido por el gusto legitimado. Muchos de estos artistas no tienen apego por el objeto terminado: este puede ser quemado, usado para cubrir una parte dañada del techo o simplemente ser abandonados y dejados a disposición, entre otros, de las mascotas familiares. Los gestores del proyecto tratan de obtener el objeto sin violentar la decisión de su creador y lo hacen porque lo consideran justo y necesario. No lucrativo.
Para el equipo de trabajo de Riera Studio es imprescindible que la obra fluya por fuera de las categorías académicas establecidas. Entre ellos hay plena conciencia de que la condición de hacedor no profesional de objetos es insuficiente para engrosar los cauces de la creatividad. Tiene que existir un algo más. El desafío para el especialista está en el reconocimiento del acto creativo desprejuiciado, sin preconcepciones, y objetivado en una pintura, un dibujo, una escultura.
Art Brut Project Cuba, uno de los programas de arte de Riera Studio, asume los retos artísticos contemporáneos y proporciona sus experiencias en el ámbito local e internacional. Ejemplo de ello fue el taller “Conectando Expresiones Espontáneas”, donde se unieron, al primero, artistas de la Fundación INUTI (Estocolmo, Suecia) y de LAND estudio galería (Nueva York, Estados Unidos): una acción más para favorecer, como se indica en el catálogo de la exposición, “un arte sin barreras, sin convenciones –ni convencionalismos, sin traducción o traductores, un arte de carácter universal que nace desde la espontaneidad, la intimidad y lo singular dentro de diferentes expresiones”. No sé por qué recuerdo a Borges en “El jardín de los senderos que se bifurcan”, quizás porque las creaciones de Art Brut resultan “un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros”.
Cuando vemos esas obras extrañas, arbitrarias, anómalas en una apoteosis de encanto y enigma, podemos percibir cuán compleja y sutil es la obra de estos artistas. Sentimos emociones tan heterogéneas que nuestras palabras no podrán representarlas, pues se articulan en una suerte de laberintos. Y ante los misterios de la creación, las conjeturas palidecen. Acto de creación infinito, desbordado, digno de la poesía y los poetas iluminados.
La Habana, 1 de noviembre de 2018
Lázara Matilde Menéndez Vázquez (La Habana, Cuba, 1946). Licenciada en Historia del Arte (1970) y Doctora en Ciencias sobre Arte (1998) por la Universidad de La Habana. Profesora titular y consultante de la Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana. Entre sus principales publicaciones se encuentran: Rodar el Coco. Proceso de cambio en la Santería (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002), Estudios Afrocubanos (Editorial Félix Valera, La Habana, 1990-2002, 5 tomos) y Para amanecer mañana, hay que dormir esta noche. Universos religiosos cubanos de antecedente africano: procesos, situaciones problémicas, expresiones artísticas (Editorial UH, La Habana, 2017).