La Historia de un silencio: La AICA En Cuba
Por: Luz Merino Acosta
Buenos días:
Agradezco a los organizadores el haberme invitado a esta mesa que me honra compartir con los colegas aquí presentes.
Esta es una breve historia. Algunos colegas me preguntan: ¿estás segura de que en Cuba se creó una sección de la Asociación de Críticos de Arte en los años cincuenta? Otros dudan, e inquieren: ¿había críticos como para crear una asociación?
Bueno la respuesta a la primera interrogante es que, en 1952, la revista habanera Noticias de Arte, primera revista de artes visuales y editada por pintores, en la última página del número correspondiente al mes de octubre publicó la siguiente información:
La Asociación de Críticos e Investigadores de las Artes Plásticas, sección cubana de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, quedó constituida en La Habana. La asociación fue organizada y la presidirá la Dra. Gladys Laudermann Ortiz, miembro de la AICA y persona a quien el Congreso de Holanda comisionó para dicha finalidad.
La Asociación Internacional de Críticos de Arte se propone, entre otros fines, cooperar a un mejor conocimiento de las artes plásticas, celebrando anualmente congresos que tiene lugar en los distintos países que forman parte de ella. Entre las veintitrés naciones que la integran se pueden citar a los Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, México, Francia y Bélgica. El año pasado fue admitida como una dependencia de la UNESCO.
La segunda pregunta creo que tiene otras aristas. Siempre recuerdo al crítico colombiano Álvaro Medina, quien considera que –como tendencia– ha existido una desatención, en la región latinoamericana, por parte de la historiografía del arte hacia la producción de los veinte primeros años del siglo XX y, por ende, a la crítica que la acompañó, pero no obstante el desinterés el comentario crítico está ahí, reposa en la prensa, en los magazines y las revistas culturales.
Efectivamente, en Cuba ¿quiénes ejercían la crítica en este primer arco temporal? Ese comentario crítico realizado en los inicios de siglo por “conocedores” conjugaba diversos saberes: abogados, médicos, escritores, periodistas, no eran profesionales pero cuando se revisan las ediciones se advierte el comentario sobre los Salones de Bellas Artes y las exposiciones temporales tanto en la revista El Fígaro como en el Diario de la Marina. A esto se suma que, en 1918, se publicó la primera revista de arte Revista de Bellas Artes que fue un indiscutible soporte para la crítica. Todo ello sienta las bases de discursos que permiten observar un pensamiento sobre la producción, un gusto y un discurso sobre el arte. Es el momento en que en la Isla se va definiendo el campo artístico que no solo contiene lo instituido y lo instituyente sino, como se sabe, también la crítica.
Para algunos especialistas latinoamericanos, la crítica y el crítico se diagraman con sentido autónomo en los años sesenta. Pero la realidad al parecer es otra, ya que en diversos países del continente este binomio se perfila mucho antes y se estima que, hacia la década del cuarenta del pasado siglo, es cuando se consolida la figura del crítico y la autonomía de la crítica.
Desde mediados de los años treinta, y en el siguiente decenio, se aprecia en La Habana una ampliación de los espacios de visibilidad: Lyceum, Salones Nacionales, Círculo de Bellas Artes, Casa Cultural de Católicas, Galería del Prado, Sociedad Hispano Cubana de Cultura, Casa Borbolla, Casino Español de La Habana, Colegio Nacional de Arquitectos, Club Atenas, Universidad de La Habana, Asociación de Reporters, Capitolio Nacional, Palacio Municipal de La Habana, Sociedad Nacional de Bellas Artes, áreas para el despliegue tanto de una producción moderna como tradicional.
Otro elemento definitorio fue un cierto desarrollo de la industria editorial, lo que equivalía a los soportes: las publicaciones culturales, la prensa plana, los magazines y los catálogos, todos receptáculos para la inserción de la crítica, que se completaba con las firmas vinculadas a las publicaciones.
Los aspectos antes mencionados conforman un horizonte donde irá descollando, con énfasis, la figura del crítico. Crítico que, como se apuntó, es heredero de una praxis precedente desde inicio del siglo XX, una experiencia con aportes y desigualdades que no deben desestimarse pues constituía un acumulado descriptivo, informativo, valorativo para perfilar la nueva etapa en el horizonte nacional.
Son los años cuarenta la etapa considerada hoy día por los especialistas latinoamericanos como el momento de autonomización de la crítica en gran parte de la región. Autonomización que corre parejo a la modernización de la producción artística y en la que se enuncia al crítico vanguardista como uno de sus pilares. Ese crítico, que asienta la crítica en la innovación creativa y en los nuevos valores propuestos por el artista. Guy Pérez Cisneros y José Gómez Sicre fueron dos figuras representativas de aquel momento; advirtieron el futuro de una producción, eran amigos de los creadores, los promovieron, se identificaron con sus postulados y posicionaron la producción moderna a través de su crítica frente a aquellos que detentaban una concepción tradicionalista, o simplemente a aquellos que se les enfrentaron. Opusieron generaciones, se involucraron en polémicas, contribuyeron a las tensiones en el tablero cultural desde la crítica.
A este escenario hay que sumarle el hecho de que la crítica habanera va a correr en paralelo con la institucionalización del saber del arte en la academia, (entiéndase universidad) con la edición de textos de historia del arte y de filosofía de la historia del arte y, en consecuencia, con las teorías que se difundían en aquel horizonte como: las generaciones, el formalismo con sus diversas variantes, la biografía y la relación arte sociedad.
A lo largo de la década de los cuarenta, y en la siguiente, se aprecia cómo la crítica cubana circula de una postura vanguardista, iconoclasta, de enfrentamiento, a la del arte moderno. Ahora más que debatir y polemizar, se interesa por difundir, divulgar, explicar y posicionar la producción moderna.
En este nuevo escenario no se debe olvidar que, además, con las vanguardias se originó en el continente latinoamericano una preocupación por edificar historias de la producción nacional, y cuando se mira globalmente este horizonte en nuestra Isla se aprecian junto al ejercicio crítico, abordajes de aliento panorámico que permiten un balance sobre los esfuerzos plurales por construir historias nacionales, en las cuales cultura y nación son ideales conjuntos. En 1950 se premia por la Dirección de Cultura el libro Estudio de las Artes plásticas en Cuba, texto que se proponía un panorama del proceso artístico desde el mundo prehispánico hasta el momento más actual (entonces 1940), escrito por Loló de la Torriente, mujer, periodista y crítica de arte.
Se aprecia, además, en este horizonte que analizamos cómo la crítica no era un ejercicio privativo de especialistas y periodistas, había pintores con secciones fijas en la prensa como Ramón Loy en el periódico Alerta; Carmelo González en la revista Germinal, y Armando Maribona en Grafos. Conjuntamente, las ediciones culturales se interesaban en publicitar textos de críticos extranjeros como: Romero Brest, Cossío del Pomar y Herbert Read, entre otros.
De manera que, en 1952, cuando se informa sobre una “Asociación de Críticos e investigadores de las artes plásticas”, existía un campo del arte bien definido, un conjunto apreciable de ediciones masivas y especializadas en las cuales se asentaba la crítica de manera regular, una potente producción plástica –expuesta en 1944 en el MoMA–, un acumulado crítico artístico que contaba con medio siglo de ejercicio, y una nómina habanera de unos quince críticos[1] reconocidos que desde diferentes soportes discursaban sobre las producciones artísticas.
Podía o no ser pertinente pertenecer a esa Asociación, ¿tenía Cuba un aval que le permitía incorporarse a dicho organismo internacional? En el periódico El País de diciembre de 1952 y bajo el título de Propósitos se le explica al público del arte y a los lectores qué es la AICA y qué países ya pertenecían a la organización: México (América Central), Argentina, Brasil y Uruguay (América del Sur) y 13 países europeos. Mientras Australia, Turquía y el Líbano estaban organizando sus secciones. Se remite a las personalidades que integraban la AICA en aquellos momentos: Lionello Venturi, Romero Brest, Herbert, Read, Jean Cassou, Crespo de la Serna, Johnson Sweaney, Seigfried Giedon, Gómez Sicre, entre otros.
Seguidamente se expone que la AICA organizaba un evento anual y se enfatizaban las iniciativas expositivas que se proyectaban teniendo en cuenta el país sede. Así, en el Congreso de Holanda, se realizó la exposición de De Stijl. Por último se pasa a explicar los aspectos discutidos en el encuentro de Ámsterdam: los derechos de los artistas, la superación de la actividad crítica de los miembros y los riesgos que corrían las obras de arte en su traslado de un sitio a otro, así como la imposibilidad de reponer las pérdidas.
Uno de los aspectos significativos es que la Sección cubana de la AICA, que se acababa de constituir, se proponía organizar exposiciones de interés para la divulgación del arte. Además, la nueva Asociación expresaba la necesidad de agrupar a todos los críticos cubanos que hacían su labor periódica, a la prensa y a los profesores de historia del arte de todas las escuelas de artes plásticas y de las universidades. La Sección cubana también llamaba a la unidad, con el objetivo de realizar un trabajo conjunto para que se abrieran galerías de artes plásticas oficiales y privadas. Y se proponía que las grandes tiendas tuvieran sus propios espacios galerísticos, que aumentaran los coleccionistas, en particular de arte cubano, que los edificios sociales y los clubes encargaran a los artistas cuadros de caballete y murales, para colgar o exhibir en las paredes, que los creadores fueran protegidos por el Estado y tuvieran trabajo. Y lo más importante: que los artistas se reconocieran como figuras cardinales de nuestra cultura. Se entendía que si la Asociación de Críticos e Investigadores lograba esas metas, habría cumplido su misión y Cuba podría parangonarse con iguales jerarquías al lado de las naciones más cultas del mundo.
Una de las primeras actividades convocadas por la Asociación fue una mesa redonda, en el colegio de Arquitectos, con el tema de “Revisión en estos cincuenta años de la pintura y la escultura cubana”. El primer encuentro, al parecer muy nutrido, tuvo una representación de artistas, críticos, especialistas y público.
Volvamos al texto de Propósitos. La persona que firma el escrito Gladys Laudermann Ortiz, ¿quién era? Era Dra. en Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana (1947), miembro de la American Asociation of Museum, de la Asociación Internacional de Arte de París, y otras instituciones cubanas y extranjeras. La Asociación Internacional de Críticos de Arte la comisionó en el Congreso de Ámsterdam de 1951, para fundar la filial cubana con el nombre de Asociación de Críticos e Investigadores de las Artes Plásticas, constituida en La Habana en septiembre de 1952, bajo su presidencia.
Laudermann, además, trabajó en el Lyceum, una de las instituciones culturales más prestigiosas entonces y dirigida por mujeres. Como crítica de arte colaboró en el periódico El País, la revista Nuestro Tiempo y en la de la Federación de Doctores en Filosofía, Letras y Ciencias, así como en el magazine Bohemia. Publicó Factores estilísticos de la escultura cubana contemporánea (1951). La acompañó como vicepresidente de la sección cubana de la AICA el Sr. Rafael Marquina, crítico del periódico Información con dos secciones fijas: Vida Cultural y Artística y Correo semanal de las artes y las letras.
Si bien la creación de la Asociación tuvo –como tendencia– un apoyo por parte de los críticos y de la intelectualidad, también desató polémicas en cuanto a la necesidad de su existencia y objetivos, ejemplo de ello son los artículos aparecidos en una revista cultural titulados Críticos de arte se asocian para defender sus privilegios y La paloma de la paz de la Asociación de Críticos de Arte. Otros demandaban que la Asociación prestara atención a las muestras cubanas en el extranjero y, en particular, a las Bienales de Brasil y de Venecia en las que Cuba tuvo una importante representación, ya que esa era también su misión.
No puede pasarse por alto la postura de la Asociación cuando, en 1953, se procuraba celebrar en La Habana la II Bienal Hispanoamericana (franquista se decía en la prensa) como pretendido homenaje a José Martí en el centenario de su nacimiento. Esto provocó protestas enérgicas por parte de los artistas cubanos, y Gladys Laudermann publicó en El País un artículo titulado Los artistas se definen.
Hoy no hablamos de tendencias, de orientaciones estéticas, o de presencias más o menos deseadas en nuestro medio. No es necesario. Otros aspectos se discuten. Cuba a través de sus más destacados representantes del arte no concurre a una Bienal que no puede invocar el espíritu martiano. Cuba ha sido, aunque sea en este pequeño grupo, fiel al Apóstol. A ellos me uno.
Todo indica que la Asociación se disolvió en agosto de 1956, no tuve acceso al expediente en el Archivo Nacional, pero si esta fecha es la correcta existió tres años y 11 meses, que podemos resumir en cuatro años. Se debe continuar investigando para poder precisar otras acciones y un listado exacto de sus miembros, tener acceso a las actas para entender mejor la Asociación y las metas propuestas.
Sabemos que muchas de las utopías planteadas por la Asociación no lograron cristalizar: líneas de deseos, proyectos, discursos, que solo se pudieron llevar a cabo cuando se reinscribió la Asociación en la Isla en 1986 (30 años después) bajo la certera dirección de la Dra. Adelaida de Juan.
A la Dra. Adelaida de Juan, en la reunión de Caracas de 1985, se le instó a que se creara en la Isla el capítulo cubano de la AICA. Una de las acciones significativas de la nueva Asociación cubana, a mi juicio, fue la instauración de los premios de crítica y curaduría. Era la primera vez que se rendía homenaje a esta labor profesional, incluso ella ha explicado cómo el término curaduría no estaba socializado y la entrevistaron para que revelara en qué consistía “eso de curar”. Como se sabe el capítulo cubano de la AICA cesó por razones económicas en la última década del pasado siglo, pero bajo diferentes formatos y coberturas se trataron de mantener algunos de sus logros, como los premios de crítica y curaduría que tuvieron su génesis en la etapa de dirección de la Dra. De Juan.
Después de tantos avatares se reinscribe el capítulo cubano por tercera vez: 1952-56, 1986-1990 y 2016. Como se sabe, la filosofía cubana se asienta en dos pilares: el bolero y el refranero popular y hay un refrán que dice “a la tercera va la vencida”, así que ahora la AICA llegó para quedarse.
Oct.2016
[1] Cuando se anuncia la creación de la AICA en La Habana, estaban activos los siguientes críticos: Gladys Laudermann, Jorge Mañach, Luis Dulzaides Noa, Luis de Soto, Joaquín Texidor, Carmelo González, Rafael Marquina, Adela Jaume, Armando Maribona, Ramón Loy, Mario Carreño, Rafael Suárez Solís, Marta de Castro, Marcelo Pogolotti y Graziella Pogolotti.