Por: Luz Merino Acosta. Crítica de arte, investigadora y profesora de la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de La Habana
Buenas noches
La crítica es el ejercicio del criterio, este enunciado martiano ha sido la guía de Adelaida de Juan, quien ha tenido una vida dedicada a la crítica durante más de cincuenta años.
Hurgando en revistas y periódicos, encontré que su primer ejercicio crítico data de 1955 publicado en la revista Lyceum sobre René Portocarrero, importante pintor cubano, en aquellos momentos en plena contemporaneidad.
Mas lo interesante de su entrega al ejercicio crítico es cómo De Juan combinó tal praxis con sus conocimientos sobre historia del arte, la docencia universitaria y la investigación, acciones no separables en su larga trayectoria profesional.
Matriculó en 1948 la carrea de Filosofía y Letras, curiosamente el año en que se reúnen en París algunos especialistas con la idea de convocar una reunión de críticos de arte. En la Universidad de La Habana y en la mencionada carrera conoció un universo inexplorado por ella, pero no solo le impactó lo que descubría sino también la manera en que esta se produjo, la resultante del proceso fue la apuesta por una dirección en los estudios sobre el arte, en una época en la cual la carrera de historia del arte no se había aún conformado en nuestro país.
Al triunfo de la Revolución se integra a trabajar en el más alto centro docente y tuvo, junto a la Dra. Rosario Novoa, una decisiva impronta en el diseño de la carrera de historia del arte la cual, a la luz de la reforma universitaria (1963-64), se constituyó en un nuevo saber en los estudios de la recién creada Escuela de Letras.
A partir de aquí se produce una interacción entre sus conocimientos de la historia del arte, la docencia universitaria y la crítica. Adelaida coloca una lupa en las producciones poco estudiadas, o no consideradas arte por la historiografía en aquel horizonte de los años sesenta. “Abela, el Bobo y la pintura”, de 1964, será uno de los puntos de partida para la indagación de la caricatura.
Hacia finales de los sesenta publica “La belleza de todos los días”, texto en el que posiciona el cartel en la retícula artística y ejerce la crítica sobre una producción actuante, método que usará sistemáticamente. Hoy día es un lugar común referirse al cartel, y es indiscutible que el tema cuenta ya con una fortuna crítica apreciable, pero cuando nuestra autora se lo planteó, desde la crítica, se ocupó de algo con muy pocos antecedentes bibliográficos y, sobre todo, que no se examinaba desde la mirada de la creación artística.
Época en la cual se hablaba de un distanciamiento, entre la historia del arte y la crítica. Tal vez por nuestro carácter periférico, por el propio desarrollo de los estudios sobre el arte, desde el cual siempre se ha privilegiado lo contemporáneo, se produce una simétrica relación entre la producción del día y el sentido de la historia. Desde una determinada perspectiva, De Juan se situaba con el cartel en los márgenes pues, definitivamente, no era una producción áurea para los especialistas, aunque por otra, respondía a su concepto de la contemporaneidad, desde la crítica.
La caricatura y el cartel se direccionan en sendos libros como resultado de la relación entre la crítica y la indagación, y así se editan: La Caricatura de la República y Pintura y Gráfica en la Revolución.
Otra ruta de trabajo de nuestra autora es la que comprende los estudios sobre América Latina y El Caribe. Respecto a Latinoamérica su labor puede calificarse de sistemática y regular, línea que la ha erigido en cronista de su tiempo por haber conformado un importante legado sobre el hacer del arte que transita prácticamente por casi todos los países del continente.
Pero también será uno de los primeros críticos en abordar el área del Caribe. Ya en 1976 en Encuentro de cuatro países caribeños aparecerán los primeros análisis sobre el tema, acompañados de un pensamiento indagatorio. Un año después se edita África en América Latina, texto de expertos donde el acercamiento, totalmente inaugural, sobre la temática, resultó inesperado para la propia autora.
No obstante la ausencia de una fortuna crítica sobre el Caribe, De Juan pudo acometer la labor crítico investigativa gracias a sus amplios y sólidos conocimientos de la historia del arte y de las estrategias de la teoría histórica; ello le permitió el acercamiento a un universo particular con otras definiciones de nacionalismo artístico, matizadas por intereses y relaciones culturales distintas.
Como sabemos, el arte del Caribe ha sido trabajado por otros autores, pero el carácter iniciático del estudio de Adelaida de Juan resultó fundamental no solo para los historiadores del arte cubano, sino también para los críticos y especialistas de los países caribeños.
El sentido inaugural que recorre gran parte de su obra se puede hacer extensivo a la cerámica, la fotografía, el ballet. También prestó atención a la mirada de género recogida en la edición Del Silencio al Grito. Y no se deben olvidar los textos para catálogos “Las paradojas de Rafael Blanco” (1986) que hablan de esa labor del crítico vinculado a museos y galerías, tarea en la cual convergen la contemporaneidad y la historia.
La crítica de la crítica ocupa un espacio en su quehacer. No se interesa en discurrir sobre la crítica, sino en analizar y desmontar a otros críticos, es el caso de José Martí y Alejo Carpentier. Su reflexión analiza el pensamiento de los otros así como los modos y maneras en que se plantearon la crítica y, a la vez, se nutre de la experiencia que ellos tuvieron y desplegaron en sus respectivos horizontes de gestión.
A lo largo de más de 50 años, la autora ha tenido al receptor como elemento medular para la conformación discursiva. Y se ha proyectado en soportes diferenciados, ha escrito para ediciones especializadas y de divulgación, las cuales conforman una malla editorial que ha actuado como plataforma de su crítica. Así: Bohemia, Cuba Internacional, Revolución y Cultura, Unión, La Gaceta, Juventud Rebelde, Casa de las Américas y el periódico Granma, se han entrelazado para mostrar sus discursos críticos, y en todas estas publicaciones se aprecia un determinado registro cultural. Podría hablarse de una intencionalidad discursiva en función de las ediciones, y públicos-meta, porque la autora conjuga de manera armónica y acertada la crítica pública, inmediata a los estudios analíticos académicos.
Junto a los problemas del discurso y la recepción, se advierte en Adelaida de Juan la conciencia de que la crítica es un género literario en el cual, como se ha expresado por diversos especialistas, hay que escribir bien y trasmitir mediante un lenguaje literario las ideas con claridad y sencillez. Como se ha apuntado, la claridad es una evidencia de la formación humanista, revela un trasfondo cultural.
La disertación crítica de Adelaida de Juan suele asentarse sobre la imagen, la representación. Sin desdeñar otros aspectos, la visualidad se privilegia y, desde ella, se establecen relaciones contextuales, culturales y hermenéuticas. No se escamotea la descripción cuando es necesaria para develar lo que encierra la imagen.
Adelaida ha aportado un modelo de historiador y crítico de arte como conjunción inseparable que tributa a ambas partes, pero también a una ética. Esto se hace más evidente cuando se repara en su labor profesoral. Desde hace más de 25 años imparte una asignatura denominada Taller de crítica de arte, materia que llegó para quedarse, primero como asignatura opcional y que, desde 1992, forma parte del currículo de la carrera de historia del arte como indudable contribución al ejercicio de la crítica desde la academia. Además, conjuga esa mirada de que la crítica no se aprende ni se enseña, sino que se ejercita, de ahí su propuesta cuando se creó la asignatura, de que se asentara en la práctica. Porque su labor crítica ha potenciado nuevas miradas y ha abierto ventanas a campos del saber, con lo cual se ha convertido en una contribuyente al concepto ampliado de la disciplina. Gracias a su intuición crítica ha sabido ver en cada momento aquello que, desde la novedad, era portador de una verdadera artisticidad.
Este siglo muestra el libro Visto en La Habana, que recoge la producción crítica realizada por la autora entre los años 2005 y 2010. Un conjunto de reseñas de exposiciones colectivas y personales de artistas cubanos y latinoamericanos, expuestas en diferentes espacios habaneros de visibilidad, donde se incluye además un texto inédito, dedicado a la presencia afrocaribeña en el arte cubano.
Pero no piensen ustedes que ella ha concluido y que este homenaje es para cerrar esa vida entregada a la crítica. No, ella continúa, las limitaciones que ahora presenta no son fronteras, prosigue su camino escribiendo, pensando nuevos libros, compilando nuevas críticas o revisando una nueva edición. Por ello, en una noche como esta de homenajes y emociones, los miembros de la AICA y todos los aquí presentes asumimos la máxima martiana: Dra., “honrar honra”.
Muchas gracias