Ibrahim Miranda presenta Traumar en la galería 23 y 12 de El Vedado capitalino. La muestra reúne el trabajo reciente de quien en algún momento ha confesado que vive en “una especie de Isla animal (…) llena de encantos naturales, valles, montañas, playas de las más bellas del mundo y al mismo tiempo como detenida, como de otro planeta; una isla llena de errores humanos como el mundo mismo, de idealismos en su más alta expresión, compartidos o no, pero presentes…; de carnaval y vulgaridad, de educación y choteo, de caudillismo y nostalgia…”.
En las palabras al catálogo de la exhibición, el crítico de arte Orlando Hernández afirma que en las piezas de Miranda pueden avistarse “[b]urbujas salidas de un raro semillero. De un pulmón cansado de aguantar por más tiempo la respiración. De un archivo mudo, quizás vacío, donde está escrita la incomprensible historia del mundo. Todo el pasado, todo el futuro. Y a donde nunca llega la luz ni el ruido del presente”.
Agua y más agua, que redime y libera, a la vez que fractura y aniquila. Agua en eterna metamorfosis que trampea esa rebanada de tierra que nunca sabremos si se confirma en lo emergente o solo se verifica como restos de lo hundido.
El espacio expositivo de 23 y 12 ha sido testigo de otros proyectos artísticos de Ibrahim Miranda (Pinar del Río, 1969). Destaca el realizado en 2008 junto a Osvaldo Yero que, bajo el título de Loop, indagaba en las conexiones de carácter local, translocal y a partir de apelativos al imaginario de la cartografía, desde donde nos sigue hablando de una cultura contemporánea nómada. Y del mar como anclaje y también como desancora entre lo privado y lo público, el dentro y el fuera.
En este paulatino y aparente regreso a la socialización presencial, nada pareciera más acertado que acercarnos a este Traumar, propuesta de Ibrahim en esa céntrica galería del Fondo Cubano de Bienes Culturales.
Isabel M. Pérez Pérez