El Premio Nacional de Artes Plásticas 2021 ha sido otorgado a Alberto Lescay Merencio. Un reconocimiento que, como anunciaran medios diversos en días recientes, sorprendió al artista en pleno modelado de su más reciente monumento: dedicado, en esta oportunidad, a José Antonio Aponte. Será emplazado próximamente en el litoral norte de la provincia de Mayabeque, cerca del sitio donde en 1812 tuvo lugar la primera insurrección anticolonialista y abolicionista.
Nacido en la Loma de Martén, Santiago de Cuba, en 1950, Lescay se forma en un entorno rural, donde el interés por los oficios y por encauzar una inventiva “silvestre” convivía en un ambiente en el cual confluían los credos raigales y la heredad haitiana. Un entorno propiciatorio, que devino caldo de cultivo de influencias culturales, disímiles y complementarias. Luego, vendrían en aquella ciudad oriental la Academia de Artes Plásticas José Joaquín Tejada, la Escuela Nacional de Arte (ENA) en La Habana y la Academia Repin en Leningrado (San Petersburgo). Cada una de ellas aportaría una perspectiva diferente –y hasta contradictoria– de cómo ver el arte, la creación, el oficio, la técnica…
Sobre estos largos años de formación, el artista ha expresado: “…La ‘José Joaquín Tejada’ abrió las puertas para entrar al mundo del arte y la cultura… La ENA me da la visión y la magnitud universal del arte, a la vez que me inicia en el criterio de multidisciplinaridad… La [entonces] Unión Soviética, fundamentalmente, me da el conocimiento de unas técnicas que yo quería aprender… y me puso en contacto con un universo de posibilidades infinitas…”.
Después de su regreso a la Isla en 1979, la presencia de Lescay sobresale en 1991 con el emplazamiento de la figura ecuestre de Antonio Maceo en la plaza de Santiago de Cuba que lleva el nombre del prócer. Una obra colosal en muchos sentidos, que impresionó de manera extraordinaria tanto a iniciados como a neófitos en el mundo del arte. Pero solo unos años más tarde, para 1997, el artista instala Monumento al cimarrón en lo alto de una montaña cercana al poblado santiaguero de El Cobre y con ello certifica una inusual capacidad de renovación y metamorfosis: “Ese fue un proceso de aprendizaje del mundo al que había regresado –‘mi mundo’– al que llego con una conciencia muy clara de que tenía que inventarme ‘otra cosa’ luego de esa preparación técnica que había recibido”.
A partir de ese momento se suceden piezas de todos los formatos posibles. Entre las monumentales sobresalen Vuelo Lam, emplazado en un parque de El Vedado; el Monumento al Espíritu Guerrero, en Puerto Cabello, Venezuela; Monumento al Neg’Mawon en Martinica; Rosa la bayamesa, en Granma; el Jardín del amor, en el Teatro Heredia; Martí crece, en la Avenida de los Libertadores y la evocación a Mariana Grajales, en el cementerio Santa Ifigenia, también en Santiago de Cuba. A ello se suma una lista interminable de series y piezas en mediano y pequeño formato, en cuyo conjunto sobresalen sus Héroes del sol, las Caballas, las Güiras y las Nganga.
Pero, también, Lescay ha cultivado largamente la pintura y el dibujo. En lo bidimensional resulta un colorista atrevido, desbordado, en composiciones provocadoras que estallan a quemarropa. Sus figuraciones se entregan a la batalla de los cuerpos y la voluptuosidad con total osadía, inmoderadas, gestuales y discordes. Lo tridimensional corre por caminos análogos, salvo cuando se trata de la estatuaria de carácter alegórico o histórico. Entonces, las figuras se constituyen graves, soberbias, imponentes, preñadas de referentes y atributos propiciatorios.
Su obra busca una simbiosis plena con la naturaleza, entendida en su sentido más amplio. De ahí esas construcciones quebradas y planos rompientes que se yerguen en mantos de verdes primigenios, o la mixtura entre el concreto de las formas reconocibles y lo infinito de las abstractas… Todo ello circunscribe una identidad que trasciende las demarcaciones, una cosmovisión místico-abstracta de identidad porosa y mixturada, de tensiones complejas entre lo blanco y lo negro, lo sagrado y lo profano, la ética y la dignidad del ser humano versus la esclavitud…
El Premio Nacional de Artes Plásticas fue instituido en 1994. Otorgado por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, en esta oportunidad el jurado estuvo integrado por Rafael Zarza, Lesbia Vent Dumois, José Villa Soberón, Helmo Hernández y Jorge R. Bermúdez. Un Premio, en este 2021, para un hombre obsesionado con el tiempo, la perfección, un insatisfecho recurrente que ha asegurado además que: “Mi estrategia ha sido cargarme lo más que pueda. De cosas fuertes, lindas, experiencias… Buscar el batuqueo de ideas, el cruzamiento… Porque no todo está escrito y disfruto la discusión, la confrontación, lo que está transcurriendo en tu mente, en la mía, en la del otro, ese proceso sinergético me interesa sobremanera”.
Isabel M. Pérez Pérez