La Bienal de São Paulo, uno de los mayores eventos de arte contemporáneo en América Latina, abrió sus puertas hace unos pocos días, solo a los visitantes vacunados. Lo hace 70 años después de la primera edición y con la vista puesta en los tiempos oscuros que vive Brasil. Más de mil piezas se exhiben en esta edición 34 bajo el genérico “Faz escuro, mas eu canto” (Está oscuro, pero canto), un verso del poeta amazónico Thiago de Mello, escrito en 1963.
Luego de ser retrasada por un año, y de variar significativamente su programación, se presentan 91 artistas de 40 países, cuyas obras sugieren diálogos variados para mostrar hasta qué punto un cambio en la mirada, el tiempo o el contexto modifican el significado de obras, ideas o acciones. El inmenso y ventilado edificio rectangular, diseñado por Oscar Niemeyer como sede de la Bienal, parece perfecto para estos tiempos pandémicos.
Designado como comisario general, el italiano Jacopo Crivelli Visconti ha expresado: “Seguimos creyendo en el potencial de una exposición diseñada para multiplicar las oportunidades de encuentro de obras y personas, en las que sus singularidades se crucen y se transformen. Ciertamente, esta Bienal no es la misma que hubiera sido hace un año. Algunas obras serán más claras, otras más opacas; algunos mensajes sonarán como gritos, otros llegarán como ecos. No necesitamos entender todo, ni necesitamos entendernos a todos; se trata de hablar nuestro idioma sabiendo que hay cosas que otros idiomas nombran y que no sabemos cómo expresar”.
Una de las revelaciones del encuentro ha sido la exhibición, como parte de la muestra central, de las colografías de Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999). Distribuidas a lo largo de un amplio espacio, las piezas captan la atención del visitante y se conectan de manera natural con esa intención del evento de propiciar un encuentro politonal con el público, “impregnado de las distancias y ausencias que aún nos atormentan”.
Refiriéndose al trabajo de Belkis, el texto curatorial afirma: “En sus reelaboraciones de mitos de una cultura de la que había aprendido inicialmente a través de los libros, Ayón se centró en Sikán, una princesa que, al ir a buscar agua a un río, capturó accidentalmente a Tanzé, un pez encantado que podía garantizar la prosperidad de su pueblo. Hay muchas versiones de lo que sucedió a continuación, pero un elemento constante de la historia es que este accidente resultó en la muerte del pez y la pérdida de su habla divina. Se pensaba que Sikán había absorbido su poder, o había compartido su secreto con un amante que provenía de otra etnia (llamado Efor) y fue encarcelado y sacrificado por su propia gente (llamado etnia Efik). Sin embargo, hay una versión aún más dramática de la historia de Sikán, registrada en un texto de la poeta y antropóloga Lydia Cabrera en 1969: ‘la verdadera dueña del Poder era una mujer a la que los hombres mataban para poseer su Secreto’”.
En esa búsqueda de un lenguaje que delinee los campos de fuerza –creados por el encuentro de obras producidas en diferentes lugares y épocas– y en la convicción de la urgencia de reivindicación de la necesidad del arte como campo de resistencia, ruptura y transformación, Paulo Miyada asegura que “el lema de la Bienal no es una paradoja, sino un desafío. Al final, el canto –y toda forma de arte– es una manera de ocupar la oscuridad”.
Isabel M. Pérez Pérez
Información http://34.bienal.org.br/