Manuel López Oliva es un batallador incansable. Hombre de inteligencia proverbial, de afinadísima agudeza e ingenio, ha explorado en el mundo del arte desde su ya lejana infancia en el Manzanillo natal. Artista plástico, periodista, crítico de arte y fundador de casi todo lo que lleve el sello artístico en la Isla, en su obra ha cristalizado una perspectiva original del gran teatro de la sociedad y del hombre contemporáneo.
Aunque su trabajo más extenso se manifiesta en la pintura, López es también un experimentado dibujante, diseñador y artista gráfico. Ha incursionado en el performance, la producción escenográfica, y en los últimos años se percibe en su ejecutoria un acentuado interés por conectar con otras manifestaciones afines, como el diseño de vestuario o la culinaria… Indagador e irreverente, tanto el hombre como la obra se sumergen en los intersticios de la cotidianidad.
El Taller de Serigrafía “René Portocarrero” ha sido por estos días anfitrión del artista, quien recién termina una estampa serigráfica en tonos grises y sepias. Se trata uno de sus “seres-máscaras”, típicos de sus construcciones simbólicas. Un original múltiple concebido en los predios del taller, a base de calcos y bloqueos de la técnica, realizado con la colaboración de los jóvenes impresores Carlos Almeida y Jessica Vázquez.
López persevera en la búsqueda de un imaginario sensualmente atractivo, que se articule con el espectador en diáfana “democracia intelectual”. Al respecto ha asegurado: “Mi obra es un gran teatro, como la sociedad y la vida. La máscara no siempre es negativa. Puede ser un rol, una actitud de un actor. Esa actitud la adopté en el carnaval de Venecia en 1990. Era tradición llevar máscaras durante el carnaval e incluso tener otras relaciones amorosas siempre con máscaras… aunque también desde pequeño pintaba las conocidas caretas para el carnaval de Manzanillo”.