Más allá de su hablar pausado y de esa peculiar sensibilidad con que usted se acerca a la vida y a las cosas, ha aseverado que anda por el mundo con dos machetes en la mano: uno para la muerte y, otro, para la conquista. ¿Es ese el Alberto Lescay de hoy?
Creo que es una necesidad. Hay que estar despiertos. Una de las cosas que aprendí tempranamente –y trato de preservar– es que lo bueno hay que defenderlo y, los buenos, tenemos que crear mecanismos de protección. No basta con ser buenos, hay que tener recursos para cuidar esa bondad y protegerla.
Desde muy niño mi mamá me aconsejaba en ese sentido. Ella siempre reaccionaba muy fuertemente ante cualquier acto de injusticia, de abuso, y parece que lo he heredado. Esa es mi meta.
El arte es la manera de acercarse a la perfección, a la divinidad, al espíritu y a ello ha consagrado su vida. También ha dedicado energías al liderazgo y a la conducción de determinados procesos… El monumento a Maceo le facilita forjar una Fundación, algo muy particular en el contexto cubano. ¿Cómo conjuga la perspectiva creativa con la lógica organizativa de una institución de ese alcance?
Tempranamente conocí que tenía cierta vocación de liderazgo. Desde pionero. Parece que era algo que emanaba de mi actitud o mi estatura. Nunca he querido ser jefe de nada, ni tener protagonismo social. Me convencí de que no podía despojarme de eso, así que canalicé esa vocación intentando acercarla lo más posible a mi disposición fundamental. Por eso me planteé hacer cosas organizativas relacionadas con mi proceso creativo, para verlo como una posibilidad de proyectar mi capacidad creativa. Sinceramente, eso fue un plan.
Mi intención era, es y sigue siendo lograr una armonía entre mi vocación como coordinador, creador de proyectos colectivos, relacionados con el acercamiento y el servicio social y humano. Además del de la creación misma. Eso tiene sus riesgos, porque te consume tiempo. Pero como soy una persona disciplinada me he organizado de manera tal que, cuando me levanto, lo primero que hago es hacer algo creativo, propio: dondequiera que esté lo primero que organizo es mi Estudio, aunque se circunscriba solo a una libreta. Siempre viajo con chofer, por si baja la musa me encuentre trabajando… Porque la musa necesita verte trabajar para entusiasmarse.
Trato de abrigarme de ese ambiente, de esa aura y del entorno que se puede generar, irrigar, y ponderar… Ese espíritu que, en definitiva, es la voluntad de acercarse a lo bello. Y todos tenemos esa necesidad, aun cuando no seamos conscientes de ello.
Si revisamos su Agenda de notas (2014), de inmediato se percibe un profundo sentido crítico hacia aquellas perspectivas que ponderan el imperio de las estructuras y lo mimético frente a la subjetividad y la creatividad. ¿Se trata, en su caso, de una batalla con un vencedor imperecedero? ¿Esas contiendas formativas se manifiestan todavía en quién es y se revelan hoy en su trabajo? ¿Tendría algo que aprender todavía Alberto Lescay?
Pienso que un creador tiene que estar siempre en actitud de aprender. Tiene que ser muy abierto. La inquietud por hacer algo que responda a lo que me manda mi espíritu. Siempre me ha interesado menos lo que esté de “moda” en el mundo. He tratado de alimentarme, de cultivarme, de sentir y relacionarme para “cargarme” lo suficientemente como para tener algo que devolver con mucha franqueza. Considero que ese es el sentido de la creación artística. Por lo tanto, estoy siempre aprendiendo.
Pese a cualquier consideración, yo asumo, por ejemplo, que la Plaza Antonio Maceo es un conjunto que pudiera ser aplastante… sobre todo para mí mismo. Un amigo cuando vio aquello me dijo: “ya te puedes morir o dedicarte a otra cosa”. Cómo me iba a decir eso, si en ese momento era que me sentía listo para empezar de nuevo otra contienda.
Más allá de cualquier criterio estético, la circunstancia para concretar ese monumento se dio demasiado pronto. Llego de la URSS físicamente en el 79, pero en el resto de los órdenes fui llegando poco a poco. Fue una oportunidad importantísima haber ganado ese concurso con mi equipo.
Me quedé con cierta angustia, ciertas insatisfacciones… y vino el Cimarrón: es la pieza que hoy pudiera considerar mejor resuelta. Como solución artística, como impronta, y de ella aprendo todos los días. Fue esa un proceso de aprendizaje del mundo al que había regresado –“mi mundo”–, al que llego con una conciencia muy clara de que tenía que inventarme otra cosa luego de esa preparación técnica que había recibido.
Conceptualmente vine muy claro de que, por ejemplo, la visión europea de la realidad es epidérmica. Y esto puede parecer superficial, pero es mi manera de abordarlo. La realidad para el caribeño es lo que está dentro, lo que no puede percibir a simple observación. Quien más me ayudó a entender eso fue Lam.
Solo pude empezar a comprender lo que existía detrás una vez que conseguí ver lo que estaba por fuera…
Isabel M. Pérez
*Versión de la entrevista “Alberto Lescay: a galope entre muchos caminos” con vistas a un libro –en edición– sobre legados afrocubanos en la obra de Diago y Lescay.
La tal Agenda aludida es el libro Agenda de notas. 1863 días en la URSS (Ediciones Holguín, 2014) de Alberto Lescay Merencio, el cual es más que un diario de los años 70: de 1973 a 1978. Contiene “bocetos e ideas de proyectos escultóricos”, anotaciones varias, escritura de “sus miedos y angustias (…) su espíritu de creación y experimentación frente a programas de estudios de una rigurosa Academia” como la rusa, leemos en el texto preliminar del volumen.
Las piezas citadas de/por Lescay son Monumento al cimarrón (1997), de más de nueve metros de altura y emplazada en El Cobre, Santiago de Cuba; y Monumento a Antonio Maceo (1985-1991), Plaza de la Revolución, Santiago de Cuba.