Algo se ha debatido en los últimos tiempos sobre el estado del coleccionismo público de arte contemporáneo en Cuba. La insuficiencia de recursos financieros para la adquisición de obras, la falta de condiciones de almacenamiento y conservación, la carencia de personal especializado en las instancias que poseen colecciones, la ineficaz estrategia de coleccionismo estatal, son solo algunas de las principales causales que han determinado grandes vacíos en el relato de la producción simbólica nacional que esas colecciones en su conjunto debían representar.
Este contexto se ha agravado por la crisis sanitaria y financiera que ha supuesto durante el último año la propagación de la Covid-19. Lo cierto es que mientras la humanidad espera (y confía) en la aplicación generalizada de vacunas, poco se ha podido hacer en materia cultural y muchos proyectos han quedado detenidos indefinidamente.
Sin embargo, pareciera que el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) pudo aprovechar con eficacia el impasse de un par de meses de “nueva normalidad” en La Habana y ha presentado en el Edificio de Arte Universal una muestra de las adquisiciones realizadas por esa institución en el período 2019-2020. En teoría, estará a disposición del público hasta marzo del presente año. Poseedor de la más importante y vasta de las colecciones de arte –desplegadas con un sentido temporal y didáctico– que se atesoran en Cuba, la entidad funciona en la práctica como un híbrido entre una institución de bellas artes y un museo de arte contemporáneo. A ello se debe –en principio– la pluralidad de sus intereses colectores.
En la actual muestra, concebida a modo de presentación colectiva, se exhibe un conjunto muy amplio de obras, casi todas datadas entre los siglos XX y XXI, pertenecientes a un variado universo de creadores. Entre las piezas del primer conjunto temporal están un paisaje de Domingo Ramos del 40, un óleo sobre madera de Viredo Espinosa del 55, dos Jesús González de Armas (una tela del 75 y una caricatura a José Mijares del 53) y una instalación de Jorge Luis Marrero (A cualquier niño le gusta un peso, 1999).
Más de una veintena de piezas corresponden al presente siglo. Un papel del propio Marrero de 2015, varias cartulinas algo recientes de Arístides Hernández (Ares), una acuarela de Alexis Esquivel Bermúdez y tres fotografías de Raúl Cañibano del 2001. También, dos telas de Ruslán Torres del 2009 y 2011, una de Michel Pérez, una de Raúl Cordero (ambas de 2018), y una de José Eduardo Yaque de 2018. Lo tridimensional se constata en el trabajo de nueve artistas: Eduardo Ponjuán con Pararrayos de 2007, Tomás Lara con una instalación del 2018, Antonio Gómez Margolles con su video instalación Desde adentro de 2009, Lázaro Saavedra con Carlos Marx del 2013, Wilfredo Prieto con Héroe (2011) y El mapa de este mundo (2017), Rafael Consuegra con una escultura del 2018. Instalaciones, y del 2019, son también Gestación del dueto de Ariamna Contino y Alex Hernández, y R.E.M. de Duvier del Dago.
Exceptuando tres retratos anónimos chinos, una obra de David Hammons y una talla en mármol de Athar Jaber, todas las piezas pertenecen a artistas cubanos; entre los cuales están también –por cierto– Chago Armada, Antonio Vidal, Duniesky Martín, Alejandro González Méndez, María Magdalena Campos, Marta María Pérez Bravo, José A. Toirac, René Francisco Rodríguez, Juan Emilio Hernández Giró, Manuel Vega, Antonio Rodríguez Morey, Gonzalo Escalante, Esteban Valderrama…
Es un recorte material y tangible de la producción de arte, de acuerdo a la visión del MNBA. Una evidencia de lo que decidió –y pudo– acopiar en este par de años nuestro Museo. Un conjunto que pudiera motivar muchas reflexiones pertinentes y que parcialmente puede consultarse, incluso por la vía digital, a través de www.bellasartes.co.cu/exposicion/adquisiciones-2019-2020
Isabel M. Pérez Pérez
Información e imágenes Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana