La noticia del fallecimiento de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso ha inundado los medios de comunicación de todo el mundo. Nacida el 21 de diciembre de 1920, en el reparto Redención, popular barriada de Marianao, Alicia devino muy joven paradigma de perfección y tenacidad, dominando uno de los más vastos repertorios de la historia danzaria con más de 130 títulos, tanto de la tradición romántica-clásica como de la contemporánea.
En adición –y en franca oposición a las visiones elitistas que enfrentaba el ballet en la Cuba de entonces– junto a Fernando y a Alberto Alonso para 1948 funda su propia Academia de Ballet, el hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), y en 1950 la Academia de Ballet que llevó su nombre y tuvo la tarea histórica de formar la primera generación de bailarines dentro de los principios técnicos, estéticos y éticos de la hoy mundialmente reconocida escuela cubana de ballet.
Una grandeza “frenética” difícil de igualar, donde no solo cuenta su tiempo –y excelencia– de vigencia sobre las puntas, o su genuina vocación formativa y organizativa, sino su incondicional amor por la patria. Entre las constantes acciones y declaraciones que hizo en ese sentido valga destacar estas frases: “Toda mi esperanza y mis sueños consisten en no salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestro propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de mis esfuerzos”.
Una artista excepcional que casi rebasaba los 98 años de edad y se ha mantenido como uno de los iconos de la danza mundial ha sido también la inspiración de múltiples artistas visuales. Tres Premios Nacionales de Artes Plásticas se cuentan entre quienes inmortalizaron su grácil y elegante figura: Nelson Domínguez, Eduardo Roca Salazar /Choco y José Villa Soberón.
Isabel M. Pérez Pérez