Durante estos tres días de apertura, la Feria Zona Maco se ha mantenido con una gran afluencia de artistas, galeristas, coleccionistas de arte, estudiantes y público en general; aunque se espera que la cifra de asistencia comience a aumentar hacia finales de la semana con las visitas de un público proveniente de diferentes zonas o estados del país.
Las reacciones frente a las muestras y las obras son más bien convencionales, lógicas de un espacio concebido, básicamente, para la negociación y el crédito. Desde cualquier ángulo de la feria se puede ver a los galeristas enfrascados en explicar y vender una imagen “óptima” del artista representado y sus piezas; miradas sospechosas ante el escrutamiento de la prensa especializada; colegas compartiendo rumores, actualizando cotilleos, luego de algún periodo de distanciamiento. Como en esta edición de Zona Maco abundan, además, las instalaciones con sentido interactivo, lúdicro, y en buena medida decorativo, los más jóvenes pasan el tiempo haciéndose selfie frente a muchas de ellas.
Pero en sentido general, no siento que haya un stand y o una obra que, por la singularidad o irreverencia de su discurso, por el efecto de su visualidad o metodología representativa, atrape con fuerza la atención de una buena parte del público; suscite comentarios laudatorios o impugnadores. Hay como un ambiente generalizado de sosiego, de placidez, que no parece totalmente beneficioso para el evento y el impacto de su contenido.
Es cierto que en Feria Zona Maco no se vislumbra ese histrionismo desbordante, ese espectáculo inocuo de otros eventos internacionales como Art Basel Miami, por ejemplo; sino que se respira más bien un aire de moderación, de transparente quietud que favorece la estancia, el recorrido, pero que por momentos puede resultarle a uno ambiguo, inquietante.
David Mateo