La muestra Historias polares, del fotógrafo Ricardo Miguel Hernández y con curaduría de Yenny Hernández, ha quedado abierta en la Sala Joaquín Blez –desde el 24 de septiembre– de la Fototeca de Cuba. Hablamos de una propuesta sencilla en sus pretensiones escenográficas. Incluso, asumo que la sencillez sea un matiz intencional de la puesta en escena: 32 imágenes en línea; la última rompe el ritmo, pues se ubica en el suelo. Las piezas son fotomontajes muy interesantes, que superponen realidades debatidas entre la ucronía y la distopía. Digamos que como exposición reinventa el drama colectivo desde el archivo personal.
Los collages en Historias polares parten, cuando menos, de la idea de recomponer el poder y su historia triunfalista. Y hablo de recomponer porque guardan una dosis de nostalgia: son una especie de ensamblaje de fragmentos de historia individual o individualizada. Entonces, desde este punto de partida, es más lógico hablar de recomposición que de subversión. Sobre todo si entendemos que la propuesta parece construirse en anhelos, suposiciones o sutiles ironías. En cierta medida, hay una especie de impronta tropicalizada de los fotomontajes de Aleksandr Rodchenko, eso con la intención abierta de montar una pauta discursiva totalmente opuesta a la opulencia proletaria del autor soviético. Y, por supuesto, parte de la interesante ironía surge de la manipulación consciente de ciertos códigos estéticos, los cuales son –en definitiva– recompuestos contra sí mismos.
Abram Bravo Guerra