Entendamos la realidad como la sumatoria ensamblada de un sistema de micro partículas en constate movimiento e interacción. Entonces, cada espacio de lo real funciona como un ensamblaje atómico, un macro mundo que parte de un micro mundo. Quizás sea este cuerpo inteligible de la Física Cuántica la motivación principal tras Arte para la mente distraída, muestra personal de Raúl Cordero, que desde el 28 de noviembre de 2019 acoge el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana. La exposición la componen –inicialmente– un grupo de objetos y fotografías junto a una pintura cinética, aunque el plato fuerte son los nueve lienzos en gran formato –realizados con acrílico y aerógrafo– que llenan la segunda sala del Edificio de Arte Cubano.
Es preciso comprender la obra de Raúl Cordero como un arma de doble filo. Una suerte de sitio atemporal, que funde el hacer del pintor con el conceptualismo vibrante de los sesenta. Hay un interesante rejuego entre texto e imagen, que encuentra en la apatía su primer lazo de conexión. Tal vez, sin dejar atrás esa ya propia nostalgia por el video. En Arte para la mente distraída el lienzo capta la esencia del cartel lumínico, de las luces de neón. Surge un entramado estético-conceptual que deconstruye la realidad en espacios superpuestos. Y aparentemente desligados: el sutil micro mundo de la partícula en el aerógrafo y el entramado de realidades sociales, conectadas tras la apariencia lumínica del texto. Contemplativo e intelectivo, hay –quizás– una pretensión a medio camino en Cordero, en esa construcción esquizoide de referencias no tan distantes entre sí.
Abram Bravo Guerra