Rafael Zarza ha sido reconocido como Premio Nacional de Artes Plásticas 2020. Perteneciente a la generación de los setenta, siempre fue Zarza un artista “inclasificable” que a contrapelo de corrientes y tendencias ha consumado una estrategia discursiva donde la figura taurina señorea y devela un universo de posibilidades infinitas.
El toro ha sido, ciertamente, la figura central de todo su trabajo. A través de esa obstinada persistencia en el arquetipo histórico de raigambre española, Zarza ha desplegado a lo largo de los años una narrativa que, aunque en primera instancia refiere claramente las cualidades ingénitas del animal (poderoso, majestuoso, indomable), ese es solo un punto de partida para discursar acerca de su contexto y circunstancias. Hegemonía, subalternatividad, camaleonismo, política, erotismo, credo, se amalgaman en sus representaciones rotundas, siempre traspasadas de ironía, humor y criollismo.
Rafael Zarza (La Habana, 1944), irreverente y amable a la vez, es un ejemplo de aquello que afirmaba Picasso, cuando aseguraba que un verdadero artista, a lo sumo desarrolla una obsesión a lo largo de toda su vida. Zarza ha conseguido trascender la suya: inquietante, perversa, polisémica representación del hombre y su historia presente.
Artcrónica felicita a Rafael Zarza por este reconocimiento, sin dudas un convite en el rodeo perenne de sus contiendas habituales.
Especial para Artcrónica