Como no existe una guagua que transite desde Reina y Manrique hasta Malecón y Escobar o, si existiese, los treinta minutos de diferencia entre una inauguración a otra, para ser realistas, nos son suficientes para la espera, la más sabia alternativa constituye caminar y hacerlo rápido. Finalmente el mar se dibuja y en la avenida, desnuda del habitual tráfico comienzan a aglomerarse un grupo de personas. Del interior del enjambre, Jazz Vilá termina de dar unas instrucciones y se dirige hacia el muro, tira a lo lejos unas monedas, la multitud que lo observaba rompe en estridentes carcajadas. Fabelo Hung espera a lo lejos, en efecto, un performance. Luego de que el pasado 4 de enero sus Plañideras invadieran con su llanto el vacío de las paredes de Taller Gorría, en la tarde del 14 de abril un nuevo contexto, el malecón habanero, les sirve de escenario para realizar una acción completamente contraria: reír.
A apenas una cuadra de distancia un número menor de personas rodea lo que se prefigura como una jaula circular, donde los barrotes son hilos ensangrentados y dentro, Carlos Martiel vestido completamente de blanco y descalzo mira hacia el mar bajo el abrazador comienzo de la puesta de sol. Luego de una hora y media, tiempo que dura la acción, apenas con aliento, el performer le confiesa a Artcrónica que su obra habla sobre la censura histórica en el contexto de las artes plásticas y la imposibilidad de expresarse a través de cualquier medio creativo. En particular es una pieza que se manifiesta también en solidaridad con todos aquellos que polemizan con el decreto 349.
Ya sobre el muro y con el sol casi poniéndose es inevitable pensar en la coexistencia de ambos performances en el gran proyecto que constituye la colateral Detrás del Muro. Plañideras que ríen y Sangre de Caín ya constituyen testimonios sobre la manera hábil y sabrosa de expresar y hacer arte al mismo tiempo, valga la redundancia.
Nayr López García