Por estos días en los que el arte se ve despojado de su espectacularidad, en el sentido de gran puesta en escena preparada para los circuitos usuales de exhibición, surgen propuestas artísticas que bien merecen la atención del público; por qué no, desde lo particular de las plataformas digitales. Y que, dicho sea de paso, constituyen hoy nuestra mejor oportunidad para visibilizar estas experiencias.
Entre las propuestas que encontramos, en mi opinión, una de las más sólidas es Laboratorio Arte en Confinamiento –como han querido llamarlo sus creadores. El proyecto abarca varias proposiciones estéticas. Por una parte, Samuel Riera y Derbis Campos se entregan a la tarea de producir cultivos muy diversos dentro de los contornos del hogar. Controlan y vigilan el resultado de un conjunto de labores: desde la catalogación meticulosa de semillas, hojas, raíces, tubérculos de distintos alimentos hasta la espera de una luz específica en el día a la cual exponer las posturas. Todo ello, prestando especial atención, para obtener resultados que se asienten sobre lo bello en términos de una armonía visual, una complacencia retiniana pactada desde el inicio mismo de esta actividad.
Es así que, en el transcurso de los días de confinamiento, Riera Studio adquiere un aire inusual. Se ha inundado de vida orgánica. Una alusión, si se quiere, al revivir que de momento la naturaleza experimenta una vez que el hombre y sus injerencias han entrado en recesión. Esta y otras declaraciones pudieran considerarse en el gesto, pero lo que es innegable es la voluntad por idealizar un espacio.
Simultáneamente al experimento, que implica todo ese proceso de plantación, se construye un archivo que concentra experiencias –individuales y colectivas– asociadas a la realidad de los días en confinamiento y a toda la revolución emocional que ha generado. Para ello se ha recurrido a un amplio espectro de ejercicios que apuestan por el collage y otras iniciativas entre las que están el dibujo, la fotografía, el grabado –asumidos con técnicas experimentales– y dejando fluir las permutaciones estéticas que cada lenguaje permita. Un poco valiéndose de métodos dadaístas, en el sentido en que todo recurso es válido, o donde cada ensayo es un convite a articular respuestas creativas y rápidas. Viendo lo creativo, en este caso, en su sentido práctico de generar ideas y piezas en un ambiente donde los recursos son limitados. Muchos de estos procedimientos se imbrican con los experimentos de los cultivos. Por mencionar un ejemplo: algunas fotografías son realizadas a partir de emulsión floral, y el extracto de más de 23 especies de flores silvestres funciona como paleta de colores en varios soportes bidimensionales. Ahora, sin pasar por alto el goce experimentado mientras se lleva a cabo todo este ejercicio, debe considerársele –ante todo– como acumulación premeditada de memorias, a las cuales habrá que volver pasada la crisis.
Todo ello implica, como lo veo, una dilación y reconfiguración del sentido del tiempo y el espacio, categorías que aquí oscilan entre la urgencia y lo perenne. Se vive al día de un modo tremendamente emocional. Pero todo se revierte también en favor de la creación.
Más que una lección sobre aprovechar el tiempo y los recursos al máximo, las acciones antes narradas son un muestrario de ideas de cómo dignificar el espíritu en tiempos de abatimiento. En general, se ha echado a andar un gran engranaje, un mecanismo de resistencia –desde el punto de vista metafórico y pragmático– contra los azotes más brutales que pueda recibir el individuo. Significaciones que no solo debemos asociar con el presente, sino también con el pasado, la historia: y siendo previsores, con el futuro y las restantes crisis por venir.
Habría que sopesar entonces mejor este proyecto. Entrar en detalles, seguirle el rastro. A distancia, como demandan los tiempos que corren. Pero, sin perderlo de vista.
Yenisel Osuna Morales