La Bienal de La Habana resulta el más trascendente de los acontecimientos culturales cubanos surgidos durante el pasado siglo, cuyas contribuciones en el ámbito de la visualidad contemporánea superan el estrecho marco de la Isla, e incluso el de sus aspiraciones hacia el llamado Tercer Mundo, para erigirse como uno de los paradigmas modélicos de lo que serían las bienales internacionales de arte de todo el mundo.
Su estrategia de investigación y organización, sumadas a su perspectiva descolonizadora supuso una nueva perspectiva para asumir las producciones simbólicas de las regiones marginadas o silenciadas, a la vez que una actitud también innovadora a la hora de exhibirlas, que partía de la necesidad de establecer un espacio propio desvinculado de los conceptos históricamente establecidos, para favorecer el diálogo desde diferentes orígenes y contextos, abierto a receptores y públicos cada vez más amplios y heterogéneos.
A través del itinerario que ofrecen cada una de sus ediciones, la Bienal de La Habana se erige como un vehículo imprescindible para comprender mucho de lo que ha sucedido en el arte cubano, latinoamericano, asiático, africano e internacional en sentido general. Desde sus orígenes el evento supo identificar audazmente aquellas zonas más auténticas, experimentales y emergentes del arte en esas regiones; ofreciendo claves para abordar la investigación, y específicamente la labor de curaduría, desde el trabajo colectivo y el conocimiento compartido.
La Bienal, en su devenir, ha ido perfilando un mapa histórico-geográfico-conceptual que permite ubicar y perfilar el desarrollo de lo que convenimos en denominar «contemporaneidad» para este manojo de pueblos y países disímiles, contradictorios, preteridos, cuyas prácticas simbólicas han conformado una suerte de ideología de la resistencia. Baste señalar que muchas de las figuras de referencia obligada, legitimadas hoy, asomaron a la escena artística y se visualizaron a través del evento, y a partir de aquí consiguieron insertarse en los circuitos internacionales del mainstream.
Paralelo a las muestras y actividades centrales del evento, organizadas y curadas desde el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, históricamente se han organizado un sinnúmero de exposiciones colaterales, muestras homenaje, talleres, encuentros, simposios, que en las últimas ediciones han tomado un giro específico, buscando visibilizar el arte cubano en su sentido más dilatado. Ello ha hecho que La Habana durante los tiempos de Bienal se convierta en la “galería más grande del mundo”, ofreciendo un momento único de concurrencia y diversidad para nacionales y foráneos.
En cada edición del evento, y asociado generalmente al tema definido como objeto de su investigación, la Bienal convoca un Evento Teórico. A lo largo de su historia ha ido generando y dando continuidad a un pensamiento crítico sobre el Tercer Mundo que busca aquilatar sus entramados históricos y conceptuales desde una perspectiva que privilegia la diversidad de enfoques y los entrecruzamientos culturales. Luego de doce ediciones se ha acopiado un acervo de conferencias y reflexiones ancladas en una perspectiva ideológica de inserción, subversión y articulación de saberes y prácticas de muy diversa naturaleza. Identidad, comunicación, lo local, lo nacional y lo global, tradición y/o contemporaneidad… se sistematizan en registros que han ido construyendo una plataforma dialógica para tematizar acerca de los constructos simbólicos del arte desde y para la propia Bienal y sus perspectivas curatoriales y comunicativas.
A pesar del carácter trienal que desde sus primeras ediciones adquirió la cita habanera, no ha renunciado a la designación de Bienal, atenida a que el establecimiento de una nomenclatura diferente podría hacer pensar que se trata de un nuevo evento. Este intervalo dilatado entre una y otra edición obedece a razones de índole económica y organizativa que persisten en signar el evento, declarado a contracorriente de las corrientes totalitarias y banalizadoras del arte y la cultura contemporáneos.